Make it spicy (continuación de so good)

Kangdae

Se despertó por el sonido escandaloso de su móvil sacudiéndose contra las baldosas del baño. Dejó caer el brazo por un costado de la bañera y tomó el aparato para leer un mensaje cuyo remitente reconocía por haber personalizado sus notificaciones. Eran las más llamativas de todas las que tenía. Su contenido le hizo incorporarse tan rápido que sus pies se deslizaron por la superficie jabonosa. Tras dejar el pequeño numerito de baile en el pasado y vestirse sin poder dedicarle mucho tiempo a secar su cuerpo, mandó una respuesta corta.

“Voy”

Conocía su dirección de memoria, el camino que tantas veces había recorrido con la ilusión de verlo cara a cara, y a pesar de tener varias botellas de soju de sabores entre sus brazos, el ritmo de sus piernas ansiosas no disminuía. No entendía la urgencia de Min Suk por beber esa noche, siendo alguien que no recurría a la bebida, y esa incertidumbre solo incrementaba su necesidad de llegar a su lado lo antes posible. Ni siquiera había abotonado su camisa correctamente, uno de ellos estaba corrido.

Tocó el timbre de su departamento mientras olfateaba el distintivo olor a comida chatarra que parecía pegado a las paredes del pasillo. La eterna espera para un hombre impaciente era una prueba de resistencia, una batalla personal entre él y el botón que parecía pedir la atención de su índice nuevamente.

—Soy yo, traje lo que pediste— Una llamada de auxilio intentó hacerse oír a través de la puerta mientras el artista practicaba trucos de equilibrio. —Se me caen las botellas, abre.

No podía dejarlo afuera luego de hacerle correr de esa manera, o quizás… conociéndolo, si era capaz de hacerlo.

Minsuk

Oh, maldita hamburguesa que regresaba la mirada con burla, sabiendo del nulo apetito castigándolo ahora por tanto desencanto en cuestiones de... ¿Cuánto tiempo lo retuvo en su departamento? ¿Veinte, treinta minutos? Parecieron horas, y aún así no fue suficiente.

Algo. Algo le hizo pestañear y fruncir las cejas del enfado, como si la comida realmente le estuviera contestando entre carcajadas malévolas. Y las papas acompañaban esa ilusión de sentimientos amargos, logrando que chasqueara la lengua; patético, pero no iba a desperdiciar su pedido. El orgullo gritaba que consumiera hasta el último pedazo de tristeza para convertirlo en rencor y sentirse solo un poco mejor consigo mismo.

Escuchando a esa vocecita en su mente, preparó el microondas y puso a calentar la comida, observando al aparato con brazos cruzados, alimento poco nutritivo girando lentamente en una provocación ilimitada, y le era imposible no ceder al disgusto emocional cuando pan, carne, tomate y lechuga le recordaban al estúpido repartidor.

Revisó el teléfono móvil para asegurarse de que su mensaje había sido contestado, sin dignarse a responder por sí mismo tras leer la afirmación que necesitaba del otro lado. La noche se volvió una reverenda mierda y con una impresión nefasta quemando su pecho, lo único que consideró justo en ese momento fue extinguirla con más porquería; porque sería un equilibrio decente alcanzar la madrugada abrazado a una botella de alcohol. La compañía extra solo mejoraba las cosas.

Con el llamado del timbre y la voz que necesitaba escuchar en ese momento, dio media vuelta dedicándole una última mirada de odio al microondas, y abrió la puerta sin cuidado, tomando una de las botellas que su invitado traía consigo. Inició una pequeña contienda con sus manos furiosas y el soju entre sus dedos. —Tardaste demasiado, Kangdae.— En realidad, fue un récord verlo tan rápido, pero era común en él agobiarse con sus propias emociones negativas y exteriorizarlas a la primera víctima de su mal humor. Tiró del brazo ajeno para obligarlo a ingresar, cerrando de golpe cortesía de la magnífica patada que le regaló a la puerta.

Le estaba costando abrir la botella, y la paciencia apenas existía, casi recurriendo a sus propios dientes para deshacerse de la tapa. Y el suspiro que todavía retenía algo de cordura fue demasiado audible. —Abre esta de aquí o rodarán cabezas.— Renunció a la bebida para buscar su comida, cerrando el microondas con rencor innecesario. Platillo de cerámica aterrizó peligrosamente sobre la isla en su cocina y el descuido en sus movimientos eran adrede, siéndole fiel a la amargura instalada en cada rincón de su ser.

Una botella abierta junto a la posibilidad de perder el conocimiento; despotricar todo lo que necesitase cuando su cerebro se apagaba a medias, eso era lo único que quería. Bebió directamente del pico, enorme trago que generó el baile ocasional de su nuez de adán hasta separarse de un quejido insatisfecho. Relación de amor y odio que tenía con el alcohol, vaya ironía. —Ah, trajiste de cereza, aún recuerdas mis gustos. ¿Estabas ocupado o interrumpí algo?— No le importaba saber realmente, no había otra forma de pensar en ese momento.

Kangdae

Iba a agradecerle por tomar una de las botellas, aunque en sus brazos seguían otras que parecían en una batalla por libertad que no acabaría fácilmente. Levantó una ceja con una sonrisa que iluminó sus ojos y destacó los hoyuelos que amaban recibir la atención contraria. —Si me extrañabas tanto podrías haberme llamado antes— Y hubiese continuado con el coqueteo unilateral de no ser por el jalón que casi aterrizó su lengua entre los caninos. El golpe tras él le hizo dar un pequeño salto, el tintinear de las botellas fue la ruidosa evidencia de su sorpresa. Parpadeó rápidamente para recuperar la compostura y abrazó a sus ya queridas con más fuerza. —Iugh, esas cosas no se recalientan… ¿No prefieres pedir algo fresco? — No era necesario ver su elección culinaria para distinguir el olor a aceite y plástico escapando del microondas.

Se acercó a la mesita de centro y arrodilló para dejar el preciado botín sobre la confiable superficie antes de tomar la botella que Minsuk había fallado en abrir a pesar del aparente esfuerzo que había hecho. —¿Estás bien? Te noto… distinto— Fue cuidadoso con sus palabras para no alimentar la llama que evidentemente se estaba expandiendo por la cabeza de su amigo. El sonido del metal cediendo bajo sus dedos indicó que la tapa ya no era un obstáculo, y colocándose de pie nuevamente se acercó a la isla de la cocina para entregarle la botella verde.

Dio un respingo al ver como de un par de sorbos el soju desaparecía. —Traje de varios sabores, sé que no te gusta el sabor del alcohol— Se encogió de hombros y le arrebató lo que quedaba de entre los dedos para darle el golpe de gracia. Si bien le atraía la idea de verlo borracho, a ese ritmo podía terminar en una intoxicación. —Veía televisión, no interrumpiste nada— Su cuerpo descansó tras sentarse en una de las bancas de la isla, concentrándose en el pan de hamburguesa que a esas alturas de la noche parecía goma de mascar. —No te comas eso, respeta a tu estómago.

De hecho le arrebató esa burla a la gastronomía y la dejó del otro extremo. —Puedo pedirte algo, qué quieres— Iba a buscar su móvil en el bolsillo pero ir por otra botella le distrajo. La abrió y probó para descubrir que se trataba de melón. —Esta es buena, deberías probar.

Minsuk

Cuanta misericordia encontraba dentro de un envase helado como el invierno que acarició su mejilla antes. Mirar a su mejor amigo podría ser alguna clase de castigo, porque cada segundo dedicado a contemplar ciertos rasgos, lo dejaban a la deriva; expuesto con una sensación demasiado familiar, y en silencio rezaba para que Kangdae no sonriera porque ahora mismo no estaba en condiciones para más hoyue—— ah.

Mierda. Ahí estaban esos estúpidos hoyuelos, riendo para él. O riéndose de él. Gracias a la indeseada aparición, su humor decayó considerablemente y el martirio creció cuando consentía verse tan ridículo, ¿ahora todo le recordaría a Sooyeon? —Pagué por esta mierda, así que voy a comérmela.— Refutó dándole una fuerte mordida a la hamburguesa para probar su punto y en el fruncir de sus cejas se vio expuesto gran disgusto, sabia horrible. A estas alturas estaba peleándose consigo mismo, o un fantasma, porque Kangdae en ningún momento ofreció molestia en su voz.

Y quizás la tranquilidad de su amigo le molestaba.

Oh, qué difícil le era lidiar con la gente cuando al estar furioso prefería odiarlos a todos sin motivo. Le molestó que le arrebatara la botella para consumir lo último, no pretendía compartir el soju de cereza. —No, no estoy bien. Y no lo estaré hasta pudrir mis entrañas con esto.— Otra botella en su mano, esta vez si pudo abrirla él mismo y robo su contenido de un gran trago, mueca disconforme con la lucidez que todavía sentía. —Comeré lo que se me dé la gana, ¡hey!— Una queja firme por el privar de la comida chatarra y luchó estirando sus brazos, sin éxito para recuperar su comida.

—Quiero que me des la estúpida hamburguesa, no quiero que pidas nada.— Parecía muy cegado por el orgullo y el enojo, porque chasqueó la lengua rechazando tal oferta que, en otras circunstancias aceptaría sin rechistar. En todo caso, tenía algo personal con el pedido que aquel repartidor le había dado. Personal y emocional. Dios, tenía unas ganas enormes de lanzarle una botella a su amigo. Pestañeó, frunció las cejas y; —No no, sabes qué, tienes razón, es basura.— Y de repente no quería saber nada con la comida que dejó el supuesto galán de sus sueños.

Aceptó la siguiente botella con riña en el saquear de la misma y bebió hasta sentir que perdía el aire con una delgada línea sabor melón escapándose por la comisura de sus labios. Se sintió demasiado bien dejarse dominar por tal necesidad al punto de respirar obligado a recuperar oxígeno. Mágicamente se calmó un poco, el humor volátil que tenía asustaría a cualquiera. Miró la botella en su mano, a pesar de no estar leyendo nada de lo que la etiqueta mostraba. —Jagi— Llamó un vez se sintió decente para vocalizar, más su voz no pensó lo mismo, surgiendo apagada y ronca. —Fue una noche de mierda y no vamos a hablar de ello.

Comenzaba a tomar el papel de protagonista llorón en drama romántico y no le gustaba, para nada. —Quizás más tarde, cuando me emborrache y te escupa todo, soy un encanto en ese estado.— Preocuparse era estúpido, estaba frente a quién conocía casi todos sus secretos, no veía la necesidad de avergonzarse si al día siguiente despertaba con la peor jaqueca de su vida. —Y no habrá escapatoria, deberás dejar que te taladre los oídos.

Kangdae

No es como si le faltase el dinero, ese pensamiento fue suficiente para que su preocupación aumentase tras una sonrisa practicada para sus sesiones fotográficas. —Bebamos todo entonces — A pesar de no saber si emborracharse con él sería buena idea, no podía no subirse en ese salvavidas que él mismo había aportado. —Podrías comerme la boca si tanta hambre tienes. Sólo digo — Sus labios se tomaron la libertad de asomar un leve puchero, como pidiendo atención que estaban seguros ya nunca llegaría. Pero por qué no intentar una vez más si era gratis. Bloqueó el móvil y lo volvió a guardar en el bolsillo de su pantalón con pereza, moviendo el muslo para poder asegurarlo sin que se fuese directo al piso. No sería la primera vez, la grieta que conquistaba la esquina era prueba de ello.

—No pediré nada, pero de verdad no comas esa mierda — Le dedicó una nueva mirada a la hamburguesa y a la mordida que podía imaginar había bajado por la garganta de Minsuk en cámara lenta. Su nariz se arrugó levemente, víctima de una imaginación demasiado experimentada cuando se trataba de es protagonista en particular. —Sé que tengo razón — Sus dedos acariciaron sus hebras para acomodarlas tras la obvia revelación. Kang Dae podía jactarse del hecho de que muchas veces, por no decir la mayoría de estas, se encontraba en lo correcto. Era parte de su encanto.

Se levantó apenas tuvo la suerte de ver cómo el otro solista se encargaba de masacrar esos centímetros cúbicos sin ninguna clase de respeto. Se dedicó a contar las puertas de los estantes hasta pillar la quinta, abriéndola para revelar vasitos de cortos que podían ser útiles para controlar la sed ajena. —Hagámoslo como se debe — Sacó dos de ellos y los sostuvo hasta que ese apodo casi logra que la fuerza de sus dedos desapareciera. La conocida sensación que revoloteó en su estómago le hizo desviar la mirada con culpa, disfrutando de un apodo que a pesar de ser suyo, nunca tendría el significado que quería. Respiró profundo y le dedicó otra sonrisa, radiante y controlada, como si nada hubiese pasado en su pecho. —No te presionaré.

Mientras escuchaba las palabras del dueño de casa sirvió dos vasos con lo que quedaba de la botella que nuevamente le quitó de entre los dedos. —Si me permites el sofá, no hay drama — Había aprendido a conformarse con esas pequeñas oportunidades que rozaban el límite que se había establecido entre ambos. Pasar la noche en su departamento era de sus cosas favoritas. —Siempre te he escuchado cuando quieres hablar, borracho no será distinto. Se acercó a él y tomó su mano libre con la propia, invitándolo a acomodarse en el sofá. Tras guiarlo, se dejó caer al lado derramando un par de gotas sobre su camisa en el proceso. Era obvio que sucedería si actuaba con tanto descuido. —Los cojines no suelen estar tan desordenados. ¿Tuviste visitas? — Le dio palmadas a las suaves partes que quedaban al otro lado de sus caderas para arreglar un poco el desastre. —Salud — Levantó el vaso y tragó lo que no había desperdiciado con emoción. Melón era su sabor favorito.

Minsuk

No, no estaba borracho todavía, pero sintió el brotar inevitable de ligereza craneal; dejarse conquistar por el chiste de su amigo fue natural, dejando caer la cabeza hacia atrás con una risa aguda. —Podría... Y no necesito estar borracho para tener el coraje.— Una respuesta simple y honesta, encontrando consuelo en hoyuelos que anteriormente pretendía odiar. Qué débil era... Nah, es el alcohol hablando por él.

Muchas veces sirvió para calmarlo y distraerlo, fue una de las razones para exigirlo esta noche. El hombre que vino junto a las botellas es un bonus, uno que lo convencía de reír antes que amargarse. —Hm, mejor espera a que esté un poco más ebrio para aprovecharme de tí. Seguiré teniendo hambre en un rato.— Un pequeño plus a la socarronería instalada en el aire. Minsuk nunca tuvo problemas para llevar el atrevimiento más allá y fluir con una lengua sin filtros gracias a la compañía aceptable. Ambos sabían que el yojeong actuaba más osado de lo usual cuando dejaba que el alcohol tomara el control de sus decisiones, por lo que, el comentario fue pasajero, sin verdad en su intención.

Aunque no podría hablar por el Minsuk borracho que asumiría el control pronto.
Una parte de él estuvo satisfecha de escuchar la obediencia ajena, contento de que no pediría nada. Otra parte estaba molesta porque quería decir que la única forma de llenar el vacío de su estómago sería con alcohol. Debería mantener la oferta de Kangdae en pie y saciar su apetito con esos besos. Ah, qué atrevido se sentía. —Sé que no lo harás, sabes que volarías por la ventana si intentas presionarme.— Relució una sonrisa tomando el pequeño vaso, sin embargo, esta disminuyó reconociendo el tamaño del mismo. —Ah... ¿Es broma?— se quejó a pesar de no soltar el vasito nunca, uniendo los labios en una línea de inconformidad, casi hace una infantil pataleta. — Prefiero tomar de la botella, acelera el resultado.

El veneno comenzaba a surtir efecto, o eso aparentaba en el puchero ocasional que ofreció tras quejarse de la pequeñez en su mano. Normalmente era menos quejumbroso o infantil, Kangdae lo sabría perfectamente. Tantas veces saludaron los amaneceres juntos luego de una borrachera descomunal. Se le escapó aire de la nariz, una risa sin razón para contenerla al mismo tiempo que aceptaba la mano contraria, feliz de encontrar calidez pura, y no frialdad de muerto. —Pft, mejora mi noche y te haré dormir en la cama. Conoces los privilegios de estar en buenos términos conmigo.— Abandonó la frase con una risa íntima, encontrando gracia tonta en la ocurrencia de su comentario.

Aquellos que conozcan bien al yojeong, sabían de su poca tolerancia al alcohol y lo fácil que le era sucumbir al mismo. Aterrizó junto a Kangdae, soltando un suspiro sorpresa que acompañó de una risilla boba, descansando su cabeza en el hombro ajeno. — Ajá. — ojos entrecerrados y distraídos, pensaba en muchas cosas a la vez. En lo cálido que se sentía otro cuerpo junto al propio, en lo agradable que le era percibir un perfume diferente, a pesar de que todavía residían restos de un aroma diferente; una fragancia que no lograba olvidar, bajo ningún efecto.

—Alguien vino, si.— Murmuró desatento, reincorporándose para ojear la camisa manchada y tocar la humedad con su dedo índice, acción sin motivo especial. —Me arruinó la noche y se fue.— Esbozó una sonrisa sin luz real, recordando el vacío horrendo en su pecho cuando lo vio desvanecerse por la puerta del ascensor. Un rostro tan apuesto alejándose de él, ojos café mirándolo con tanto sentimiento. Que desperdicio.—El imbécil se fue, jagi. Revolucionó todo... y se fue, sin más.— Una risa amarga y sin medir consecuencias del alcohol cegando el juicio, abrió las piernas para sentarse a la fuerza en el regazo de su amigo, enojado con un botón fuera de lugar. No estaba ebrio. No del todo.

—Quería que se quedara.— Una pequeña confesión de volumen suave, dócil. No estaba contento con el recuerdo. Entrecerró los ojos con más concentración, intentando localizar el botón con sus manos buscando apoyo en el pecho contrario. Inclinó la cabeza peleando por la desincronización de sus dedos, y el movimiento hizo que su cerebro clamara piedad. El mareo duró segundos, pero lo suficiente para tener más cuidado la próxima vez —Y se me escapó... De nuevo. Ah, o lo dejé ir, no lo sé. Tal vez debí noquearlo con un jarrón para detenerlo, ¿cómo retendrías a alguien, jagi?

El botón le estaba ganando.

Kangdae

Ya ni siquiera recordaba cuantas veces había soñado con Minsuk. Sueños que se convertían en un incómodo problema cuando despertaba y debía encontrar la forma de recuperar su dignidad como adulto que podía controlar la temperatura de su creatividad. Estaba bien tirarle esas ideas adolescentes de un intercambio indecente, pero cuando se las respondía con tanta facilidad era inevitable controlar el color que intentaba conquistar sus pómulos. Quizás sus labios tendrían sabor a cereza, lo esperaba tras ver tantas veces como la luz se reflejaba cuando los humedecía.

—No sería aprovecharse— Era obvio que sería un placer cumplir fantasías con el artista, o al menos esperaba que ya lo tuviese más que claro. —No podría forzarte jamás, te haría desearme— Frunció el ceño levemente ofendido por esas palabras, independiente de los fines cómicos con las que pudiesen haber sido invocadas. —Tanto como… — Lo había hecho él por tanto tiempo, pero era un comentario que no valía la pena agregar en ese momento. Suspiró jugueteando con la superficie fría del vaso, pasando sus yemas por cada milímetro que podía encontrar. —No le quites la magia al soju, se un buen coreano.

Acarició las suaves hebras de Minsuk lentamente, deslizando la punta de sus dedos por cada mechón que caía sobre su frente. Atesoraba esos momentos como ningún otro. —Creo que necesitarás toda la cama esta noche, siendo honesto— Por como lo veía, sería un cadaver tirado sobre el colchón en un par de horas. —No te quedes dormido, Min.

Sus dedos vacilaron cuando escuchó la confirmación a su curiosidad, una respuesta que no quería oír. —¿Imbecil? ¿Alguien que conozca?— Los celos comenzaban a expandirse en lo profundo de su corazón, promoviendo el amargor en su boca. —No deberías dejar que cualquiera se quede en tu casa, ni siquiera yo tengo ese privilegio. Y vamos, soy yo.

Alguien que se moría por él y sin embargo jamás se había aprovechado de la situación para obtener algo que sabía no llegaría. Alguien que a pesar de ver cómo Minsuk jugueteaba con el botón de su ropa, contenía sus ganas de cruzar el límite. Estaba volviéndose loco.

—Dime quien es— Estaba pudriéndose de celos en ese momento, el filo de su mirada era capaz de cortar todo sentimiento de tranquilidad que la compañía del artista usualmente le entregaba. Intentó moverse para servir más alcohol en los pequeños vasos, pero no quería perder los beneficios de esa posición. —¿Puedes alcanzarme una botella?

Quizás beber directamente no era tan mala idea.

Minsuk

El proceso de abotonar correctamente la camisa entre sus dedos fue un éxito. Éxito que le tomó más de lo normal y solo podía culpar a la lentitud de sus movimientos, fatigados con el recuerdo de palabras, miradas y un beso que aún ardía en sus labios, por más fríos que fuesen los del dueño. —Conoces muchos imbéciles...— Murmullo tras murmullo, hablaba en secreto por la cercanía, suspirando calidez para su amigo. — Pero no, dudo que conozcas a éste.

Y no comprendía cómo fue que apareció de la nada, para irse y dejarlo lleno de preguntas. Sus sueños eran solo eso; sueños hasta que el tipo se volvió real de un día para otro. Una risa para manifestar lo ridículo que era todo, y ofreció un par de palmadas a los hombros de Kangdae, satisfecho con los botones arreglados. Aunque estaba demasiado cómodo en su posición como para renunciar a ella tan pronto. —Y no es...— Parpadeó unos segundos, refregándose los ojos con pereza. La sensación dentro de su pecho era demasiado densa, y estar ebrio empeoraba su peso. —No es alguien cualquiera. — costaba reconocer lo mucho que le afectaba ese detalle.

Sacudió la cabeza para borrar ese rostro de su mente, arrepintiéndose ante el ligero mareo. Okay. No más revuelos cerebrales. — Que desesperado, jagi... Hoy tendrás ese privilegio. Te quedarás esta noche.— Susurró una pequeña risilla gracias a la proximidad, de vibraciones torpes como el insinuar de la claridad retirándose lentamente. Suaves porque no le hacia falta gritar con los oídos de Kangdae tan cerca. —Serías mejor cama, aún recuerdo cuando dormía encima de ti después de una práctica. — Pestañeó de nuevo, esta vez junto a un bostezo y copiando el agradecer de un felino mimoso, inclinó su cabeza a gusto con las caricias ajenas. Tenía cierta debilidad por manos audaces entre sus cabellos y nadie lo tenía más claro que su mejor amigo.

— Que insistente estas. — Bromeó arrastrando palabras al mismo tiempo se alejaba finalmente, pies pesados y manos perdidas buscando la botella deseada. Tanteo una con los nudillos y casi la tira al suelo, atrapándola en sus dedos con un ‘woops’ y un largo trago. Se dejó caer en el sofá nuevamente, aterrizando con el envase de vidrio sobre el pecho de su amigo, sin cuidado ni culpa. — Es un simple repartidor — comentó desinteresado en revelar la identidad, acomodándose hasta acostarse y descansar su cabeza en el regazo ajeno, cerrando los ojos al instante. Sonrió a gusto, tal vez por la almohada humana, o por el asomar de un nombre que, a pesar de todo, sabía tan dulce en sus labios. —... Sooyeon.

Un suspiro, embriagado por el recuerdo del último beso; debía estar furioso, era patético lo poco que le duraba el rencor cuando pensaba en esa cara. Buscó ciegamente la mano de Kangdae y la posó sobre su propia cabeza, dándole la señal y el permiso para que siguiera mimando sus hebras.

Kangdae

En eso debía darle la ciega razón. Kang Dae si que tenía la habilidad de conocer imbeciles uno tras otro, en especial a los que revoloteaban alrededor de la gente que más le importaba. —Quizás lo haga, nunca sabes. Soy bastante popular, eh.

Miró cómo los botones de su camisa se veían perfectamente alineados, sin entender por qué el otro se había dedicado tanto a manosear esos puntos plásticos. Claro, según el se había vestido como debía. Quería seguir concentrado en esa geometría para no escuchar las nostálgicas palabras que salían de los labios de Min Suk. De verdad, iba a explotar si seguía dedicándole tanto afecto a alguien que según él era un imbecil. Ya de había atrevido lo suficiente esa noche. —Si sigues mi juego, tendrás que seguir las reglas. Los jugadores no se detienen hasta terminar todas las fichas.

Se encogió de hombros. Aprovechó para relajarlos mientras el otro no estaba apoyado y se arrastraba hacia las botellas, pues para no molestarlo se había quedado tan estático como podía. —¿Repartidor? ¿El de las hamburguesas?— Le preocupaba la idea de que un repartidor hubiese llegado al sofá. No podía imaginar motivos por lo que algo así sucedería, no tenía sentido.

Aunque claro, al escuchar su nombre todo dejó de tenerlo.

—Soo… Yeon— Él de nuevo. Él y la mierda que arrastraba estaban de vuelta en su vida. Pensó que había dejado atrás su existencia cuando dejó de aparecerse en sus sueños, dejó de ser una molestia constante. O había dejado de serlo al menos hasta ese momento. —¿Lo dejaste entrar a tu casa?

Acató sus deseos de afecto, acariciando con cuidado el cabello sedoso del artista. Estaba molesto, pero no podía hacerlo evidente en ese momento. El protagonista era Min Suk y su tristeza, no el con sus molestias del pasado. Se levantó a los pocos segundos y respiró profundo, tomando al menor en brazos para llevarlo a su habitación. —Me quedaré hasta que te duermas, no pienses en él ahora. Es un simple repartidor.

Y se encargaría de que se mantuviera como tal. Se mordió el pulgar tras sentarse a un lado de la cama y apagar la lámpara que iluminaba la escena desde la mesita de noche. —Te queda mucho soju, vendré pronto para ayudarte a terminarlo.

Minsuk

Un largo suspiro de resignación perfumó el aire de melón, el soju aderezaba su aliento con poca gracia. Inhaló el aroma familiar de Kangdae, pero sus sentidos se vieron encantados por otra persona. —Mm, así es, Sooyeon.— afirmó cuando le preguntó acerca del repartidor, ese mismo fue quién lo convirtió en este desastre en primer lugar. Y su nariz cosquilleó el cuello de su amigo con propósito egoísta cuando Sooyeon infestaba su mente, deseando tanto que fuese el hombre de sus sueños quien lo estuviese escuchando esta noche. —Necesitaba dejarlo entrar, estaba tan feliz de verlo...— entre susurros se dejó llevar hasta reconocer la comodidad de su propia cama, reincorporándose instintivamente entre almohadones tan familiares.

Su cabello jugueteaba con la suave tela de cada almohadilla cada vez que Minsuk se removía, y se detuvo para mirar a Kangdae, sonrisa soñadora, no podía ser de otra forma con él. —Puedes acostarte, sabes que no me molesta.— musitó permitiendo que su mano trepara por el brazo de su amigo.

A pesar de las palabras del mayor, el yojeong no podría hacerle caso tan fácilmente. —Ah, te dije que era un imbécil...— Le susurró en el inicio de una conversación que nadie había pedido, más, sus neuronas trabajaban en modo automático, escuchando al corazón antes que al cerebro. — pero puede ser mi imbécil. Sé domesticar a esos.— Una bromilla de lengua dormida, sílabas lerdas y sonrisa adormilada. —Si tan solo dejara de ser un... Un...— Abatido por el hecho de que el repartidor, a ojos de Minsuk, no estaba haciendo las cosas bien. Abandonarlo sin decirle a dónde iba, o con quién. — Un imbécil. — Ya no había creatividad en su mente intoxicada, el puchero infantil y ridículo fueron también evidencia de su decadencia como adulto maduro.

—Quiero soñar con él de nuevo, dejó de visitarme hace tanto tiempo.— Continuó confesándose sin medir lo mucho que soltaba, pero la puerta ya estaba abierta y Minsuk sentía una carga inmensa, como si la única forma de nadar a la superficie fuese soltar todo aquello que le hacia peso y lo hundía cada vez más. — Quiero ver sus estúpidos hoyuelos de nuevo, quiero quedarme ciego con esa sonrisa. Amo su sonrisa, jagi.

Porque verlo sonreír era como mirar al sol directamente, y Minsuk estaba tan dispuesto a perder la vista por él. Refregó sus ojos con molestia, humedad amenazaba en cada uno de ellos. Fue momento de rendirse y dormir. —Hm...— Con un ademán de su mano decidió asentir suavemente, cediendo víctima de la comodidad de una cama. Le dio la espalda a Kangdae, dispuesto a dormir con determinación a soñar con quien muchas veces habría llamado durante la noche, frustrado y solo. —Y puedes dormir aquí, no te hagas el modesto.

Última frase antes de volverlo todo negro, listo para decepcionarse al día siguiente.


[ . . . ]


Ahora recordaba por qué detestaba el alcohol. No solo lo dejaba en un estado deplorable la mañana siguiente, sino que era bastante consciente de las barbaridades que podría hacer o decir. Y maldijo la facilidad que tenia para irse de lengua, también maldijo esa pesadez en su cabeza, obligándolo a cerrar los ojos con arrepentimiento.

Si le era patético pensar en el resultado de su despecho, peor fue memorizar las estupideces que le dijo a alguien como Kangdae. Que, sin importar el tipo de relación e inmensa confianza, no tenía porque confesarle a diestra y siniestra lo desesperado que estaba por ser alguien en la vida de Sooyeon, por verlo sonreír, ¿dijo eso, de verdad? Ni hablar de lo bochornoso que fue su comportamiento. Ugh, sintió la vergüenza trepar con tanto asco, frunciendo los labios y llevándose una mano al rostro, ocultándose sin éxito porque ya estaba expuesto.

Y él mismo se metió en esto.

... No.

Sooyeon. Esto fue culpa de Sooyeon. Se aferraría a eso durante todo el día; cepillaría sus dientes culpando a Sooyeon, sentiría el vacío enorme de su estómago culpando a Sooyeon, observaría botellas de alcohol en su departamento culpando a Sooyeon.

Y evitaría a Kangdae durante semanas culpando a Sooyeon.