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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:00 am
Sooyeon

El olor lo estaba volviendo loco. Su boca salivaba más de lo normal y su mente no podía concentrarse en otra cosa que no fuesen esos nuggets de pollo picante. El rugir del motor fue reemplazado por el silencioso entorno, donde una calle residencial se extendía frente y detrás de él. Bajó la pata de la moto y tomó la bolsa de papel de la mochila.

—¿Será necesario? … No puedo dejarlas acá… — Suspiró sin poder evitarlo. No podía creer que por un momento se le ocurrió dejar las almas que había recolectado esa noche en un bolso de motocicleta con olor a aceite y pimienta, que vergüenza. —Sólo será un momento, ya las iré a dejar.

Levantó la morada para preciar el colosal edificio que dominaba la zona. Cristales limpios, terrazas con luces que parecían sacadas de un cuento de hadas. La sonrisa estúpida que se formó en sus labios fue devorada por el casco. —Estos ricos...— . No terminó el comentario, pues no era más que un balbuceo. Unos cuantos pasos después y logró atravesar la entrada del edificio y subir al ascensor frente a la mirada amable del conserje, pues bastó un saludo y sacudir el pedido para que el hombre de avanzada edad confiase en él. Que agradable conocerse antes de que le tocase volver por su alma en unos cuantos días. Marcó el número 17 y volvió a oler el aroma a comida rápida llenando el reducido espacio.

Nadie debía interponerse entre unas papas y su legítimo dueño.

El sonido del timbre era más agudo de lo normal y provocó en él un respingo. Levantó la muñeca, el reloj marcaba las 00.23 y el pedido había sido hecho a las 23.16. Quizás, solo quizás, esta vez si se había demorado demasiado.

Limpió el polvo que se había acumulado en el visor del casco y sostuvo ambas bolsas frente a él, siendo una de ellas plástica y deprimente mientras la otra se mostraba rebosante de comida. La muerte no era justa, claro que no.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:00 am
Minsuk

Un par de toques en la aplicación de su móvil, y estuvo listo para solicitar un pedido a su dirección. La satisfacción brotó de cada poro, especialmente después de idealizar una deliciosa hamburguesa entre sus manos.

Con la dieta rigurosa que estaba forzado a mantener, y sin presentaciones próximas, Minsuk se dejó seducir por el capricho de consumir comida chatarra arruinándolo de la mejor manera. Y pedirse tres hamburguesas fue solo el inicio de su rebeldía. Papas fritas, una gaseosa fresca, ¿Qué más? ¡Ah! El helado. ¡Cómo olvidarse del postre!

Calculaba el tiempo suficiente para darse una ducha rápida, vestir una bata cómoda y acicalarse un rato, nunca olvidaba su rutina nocturna. Ésta piel no se mantenía sola. Una vocecita en su cabeza pedía instrumentales suaves que mantuvieran un ambiente sereno. Ahora solo necesitaba atenuar las luces y disfrutar del panorama noctámbulo.

[ . . . ]

Perder la noción del tiempo no es costumbre. Puede haber estado equivocado en los cálculos, aunque realmente, nunca fue rápido cuando se trata de la estética. No es asustadizo y sin embargo, vio saltar a su propio reflejo tras escuchar el llamado del timbre. ¿Tan rápido? Si bien terminó la ducha hace rato, el espejo todavía le devolvía un rostro pálido cubierto de su mascarilla favorita.

Oh. Bueno, no es como si se preocupara por su imagen pública ahora mismo. Y solo es un repartidor que jamás volverá a ver.
El estómago reclamó atención inmediata y tuvo que ignorar, por ahora, la obvia tardanza del pedido. El reloj colgado en la pared no mentía, ¿una hora de retraso? Y él creía que solo habían pasado treinta minutos.

Apenas abrió la puerta, restándole importancia a su apariencia: bata blanca, cabello desalineado y cara cubierta por su mascarilla, tomó una de las bolsas sin más. Hablar con un visor lo distrajo un poco. Pero no lo suficiente. —Dejaré una estrella a menos que la excusa me divierta. Puede subir a tres, máximo.— Murmuró con el volumen suficiente para ser oído. Estaba absorto en inspeccionar la bolsa negra de apariencia sospechosa.

Fue una imagen cómica, sus cejas fruncidas con la mascarilla blanca siguiendo cada músculo de su rostro. —Te... ¿Te comiste el pedido?— ¡Hasta el helado! Claro que fue lo primero que cruzó por su mente y abrió la bolsa, agitando la misma para quejarse con el aire y el repartidor, completamente furioso con la realización de una bolsa vacía. Sintió un escalofrío junto al sollozo de alguien trepando por su oído derecho, pero no le importó.

Qué clase de repartidor consume el pedido de un cliente. ¿Tan mal alimentados los tenían? Otro lloriqueo se escuchó cerca de su cocina, y esta vez volteó al lugar desconcertado e indignado con las constantes voces que escuchaba de la nada. Quería comer, no sufrir un episodio de esquizofrenia.

Uh. ¿Fue el flash de una cámara lo que pasó frente a sus ojos? No, imposible. ¿Quién sacaría una foto ahora? No estaba soñando despierto... ¿cierto? Hace años no sufría un episodio de esos, ¿por qué ahora? ¿Y por qué hace tanto frío de repente? El clima prometía una noche templada, lejos del invierno que sintió arañarle las piernas.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:01 am
Sooyeon

El crujido de las bisagras provocó que su atención volviese a donde pertenecía en primer lugar, en lugar de estar contando la cantidad de quiebres en la madera de la puerta. Se dio el lujo de observar a la figura que se había asomado tras el marco con pulcra dedicación; partió por sus acolchadas pantuflas, siguiendo por esas definidas piernas sin rastro de vello, la bata que podía darle una ceñida batalla a las pantuflas y, lo mejor que había quedado para el final, el rostro cubierto por una mascarilla y el cabello desordenado. Desde afuera, por supuesto, solo se podía ver el casco moviéndose levemente de manera vertical. Un lujo definitivamente.

—¿Una estrella?— El casco se inclinó unos pocos centímetros a la derecha. Al no entender a qué se refería, intentó hurgar en su enciclopedia mental un par de segundos. —Ah, esa estrella. Llegué tarde porque una señora se negaba a morir sin antes comer tteokbokki, así que fui a comprarle un poco. — El accesorio de seguridad que le cubría la cabeza volvió a su posición original, aunque levemente inclinado hacia adelante. No esperaba una risa, pero tampoco le importaba demasiado la calificación que le fuese a dar, tendría años para recuperarla.

Lamentablemente, y debido a lo interesante que resultaba la cómoda apariencia ajena, no notó que en una mano sostenía la bolsa de papel y en la otra… pues nada, aire. —Saqué un par de papas que se habían salido de la caja, solo un par…— El asombro se hizo notar en la voz del parca. Estaba frente a una persona de 25 años de gran inteligencia, quizás a eso se debía la vestimenta.

Era una muestra de humildad. Que admirable.

Tras sacar la boleta de su bolsillo y ofrecérsela, notó la facilidad con la que había actuado. La vista bajó a su propia palma, desocupada si ignoraba el trozo de papel. —Dónde está mi bol…— Se le fue el aliento. No es que necesitase respirar en primer lugar, después de todo no estaba vivo, pero ciertas costumbres ligadas al dramatismo no se pueden dejar incluso luego de 300 años. Estiró el brazo con rapidez, intentando atrapar una de las almas que flotaba alrededor del epicentro de su desgracia.

—Lo siento, con permiso— Ya estaba dentro del departamento cuando lo dijo, incapaz de quedarse parado y esperar una respuesta favorable. Pasó por la derecha del dueño, dejando la bolsa de papel en sus brazos para no dejarla en el piso. —Retiraré estas cosas— El primer manotazo al aire no sirvió de nada, el segundo apenas rozó a uno de los entes brillantes que se deleitaban con la libertad que les habían regalado. El problema era que no veía nada a través del visor.

Solo podía oírlas reir.

Tras levantar el obstáculo y despegar su vista, pudo agarrar uno y metérselo en el bolsillo de la chaqueta. Se subió al sofá, dio un salto y su segunda presa cayó entre sus dedos. —Tienes a la señora del tteokbokki detrás de ti, te está… ¿oliendo? … Señora…— Le mujer sopló la oreja del joven entre sonrisas.

No podía lidiar con esa situación llevando el casco, la señora se negaba a respetar su hora si el encargado de escoltarla al más allá. No vio más remedio que quitárselo, removiendo la correa de seguridad primero y dejándolo luego sobre el sofá donde estaba saltando segundos atrás.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:01 am
Minsuk

Consideró dejar entre renglones el vacío incómodo de su estómago para revisar los cuartos del departamento y excusar el frescor con una ventana abierta. También consideró aumentar la temperatura con un simple girar del termostato clavado a la pared, y el plan fue tentador teniéndolo a tan solo tres pasos.

Por ahora asumió tomar un papel flexible, ofreciendo el beneficio de la duda y permitió escapar un soplido nasal ante el intento de... ¿broma? Fue complejo interpretarla como tal con tanta serenidad al término de cada palabra. Y se supone que él era un experto en la interpretación. —La caballerosidad no ha muerto.— Incredulidad. Honestamente, no le creía nada. ¿Y un par de papitas? Estaba un poco ofendido por la revelación, pero no lo suficiente para iniciar un drama. No le importaba compartir su comida.

Amaba la compañía, no la de todos, pero... ah, detalles. Floreció una invitación en su mente, la cual se desvaneció con el aleteo vivaz de sus pestañas distraídas ante la oración. No fueron las palabras en particular, sino el sonido de esa voz. Se atrevió a culpar al frío del siguiente escalofrío, y un murmullo familiar resonando dentro de su cabeza le hizo inhalar de golpe. Como si el rumor durmiendo arrinconado hubiese resurgido con un propósito, ¿cuál exactamente? Otra serie de parpadeos fueron necesarios para regresar al presente.

Reconocía tener curiosidad de ver quién o qué se escondía detrás del casco, similar al asomar de un felino interesado por el descubrimiento de algo nuevo, diferente. Minsuk se comprometió a guardar esta primera impresión para analizarla más tarde con tiempo e inclinó la cabeza a un lado, duda trepando en su rostro escondido detrás de una mascara; incertidumbre hormigueaba las yemas de sus dedos para decirle algo.

¿Pero qué era?

Un capricho por aferrarse a sensaciones del pasado. Quizás la necesidad de expectativa lo volvía una víctima fácil de sus íntimos anhelos. Que egoísta resultaba su corazón en un momento cotidiano. Culpaba al hambre. Tenía que ser eso, sí. Se excusaría detrás de esa realidad por ahora, así que resignó el caer de sus brazos con un suspiro que imitaba una risa sutil. Se reía de sí mismo, o de la ocurrencia del repartidor. No sabía. —Tres estrellas, por la creatividad.— Y porque esbozar una sonrisa se sintió bien en ese momento, por alguna razón.

Le hubiese gustado acercarse para, mínimo, encontrar unos ojos a los cuales mirar, comunicarse como es debido. Eligió respetar el espacio personal de un completo desconocido. Porque era eso. Un extraño. Un extraño cuya presencia despertaba motivos para hacerle entrecerrar los ojos y especular.

Tuvo que dar un paso hacia atrás e inhalar mientras bajaba la vista para observar la bolsa equivocada en su mano. Y el repartidor tenía otra también, aparentemente rellena, por lo que divisaba. —... Oh.— Una pequeña ‘o’ se dibujó en sus labios entreabiertos y realzó la cabeza con vergüenza tiñendo sus pómulos, sintiendo como algunos mechones seguían el movimiento repentino. Agradecía la bincha en su pelo para evitar que estos se adhirieran a la mascarilla. Y a la mascarilla por no exponer el rubor de sus mejillas.

Todavía no explicaba las luces confusas, similares a una advertencia al final del túnel, y estaba consciente de que aún no le llegaba la hora... ¿cierto?

El papel en la mano ajena le hizo inclinar la cabeza y atrapó la boleta entre sus dedos sin decir nada más, aliviado con la distracción oportuna de un delicioso aroma descansando en sus antebrazos. —Adelante, pasa.— Automático y atrapado aún en la vergüenza, no hizo más que asentir. Participó sin quejas en el acontecimiento bizarro, digno de la comedia satírica que hasta ahora no tuvo el placer de espectar. Olvidar el pequeño incidente de confusión de bolsas fue su segunda mejor decisión, y que mejor, que hacerlo con la comida devolviéndole el alma al cuerpo.

Escuchó un secreto cerca de su oreja, y la concentración en el exquisito perfume gastronómico le hizo confirmar la frase fantasma con naturalidad, de acuerdo con la vocecita diciendo; —Debí pedir una de esas antes de morir.— La hamburguesa en su mano lucía sacada de un anuncio de Internet; enorme, rellena, y perfecta de inicio a fin. Imposible no estar de acuerdo con esa voz.

—Mmm... Cuidado con el sofá.— Muy poco interés en el aviso sin seriedad porque, uno: el departamento fue costeado por la empresa y no podría importarle menos. Y dos: una mordida a la hamburguesa le hizo casi poner los ojos en blanco, olvidándose del mundo a su alrededor. Creyó estar en el cielo, pero abrió los ojos y fue el destello de algo ser atrapado por el repartidor. A escondidas dejó que su mirada vigilara las manos ajenas, cejas levantadas en una curiosidad ingenua. Ingenua. Totalmente.

Podría excusar la naturalización de esta escena con los personajes extravagantes que vió durante su camino por la industria del entretenimiento. Recuerda haber tenido una discusión con un Noye acerca de los vínculos, y el mismísimo Minsuk asegurando que no solo esa raza podría beneficiarse de la fuerza de las conexiones. Las emociones eran determinantes en cualquier criatura, lo creía fervientemente. O quizás se sintió ofendido cuando el Yojeong recordó sus sueños, y el poder sentimental en cada uno de ellos. Tenía un vínculo igual de fuerte, ningún Noye le diría lo contrario

Nunca tuvo tantas ganas de utilizar una ilusión en su contra y hacerle beber orina en lugar de agua cuando también le dijeron que solo era una cara bonita.

En fin. No era ajeno a la existencia de otras criaturas, solo que no conocía a todas, o lo que eran capaces de hacer. Por ello prefirió mantener los pies sobre la tierra y no prestarle demasiada atención a lo que fuese que estuviese sucediendo con las luces, o esa vocecilla aún diciéndole cosas al oído. Ah, pausa para tragar luego de otra mordida a su hamburguesa. —¿A quién?— Volteó porque la corriente de aire parecía ser más que eso, y en efecto, el soplido lo miró directamente a lo ojos. Minsuk abrió los suyos de par en par, y... Estaba desconcertado.

Tanto que le dio otra mordida a su hamburguesa, lenta y deliberadamente, cuidado con no arruinar la mascarilla en el proceso. —Hola— Saludó en voz baja masticando con pulcritud, siendo correcto aún con una cosa flotando frente a su rostro.
Escuchó sobre personas capaces de ver espíritus, comunicarse con estos incluso. Él no era una de esas personas. Okay... El repartidor se ganó todas las preguntas del día. — Qué tipo de repartidor eres y por qué hay--— Las palabras murieron dentro de su boca apenas regresó su mirada al extraño.

Una risilla continuaba soplando cerca de su lóbulo, pero el cosquilleo simbolizado en un estremecimiento se debió a otra cosa. Otra vez regresó el aletear insistente de sus largas pestañas, abría y cerraba los párpados con el miedo de estar atrapado en el vil engaño de su propia desesperación por volver a ver esa cara una vez más. Fue inteligente en abandonar la bolsa cerca de una mesita junto a la puerta, y cerrar esta última con lentitud; un deseo egoísta de encerrarlo junto a él en este momento, a la vez que su cerebro se ajustaba a esto. A... A él. ¿A él?

Confusión. Realización. Miedo. Indignación. Esta última llegó a su rostro con énfasis en el fruncir de sus labios, y cada mano encontró un espacio en el aire, sin saber qué hacer con ellas y las emociones sofocándolo tan de repente. —Dónde, no, no, c-cómo, por qué...— Otro paso adelante y el alma de la señora lo siguió, copiando sus movimientos bruscos como si fuese un juego. Todavía teñía su voz de desconcierto y molestia. No estaba gritando, aunque elevaba su voz poco a poco. —¿Eres tú, cierto? Que estoy diciendo, por supuesto que eres... tú.— Tembló una risita nerviosa, incrédula, su pecho vibró con ímpetu. Un paso más, esta vez lo suficientemente cerca para observar su rostro con detenimiento, e ignoró la carcajada de esa señora. Al menos alguien se divertía en esta tragedia. —Eres...— Y casi alza una mano para tocarlo, asegurarse de que es real, sin embargo el miedo a que sea una tonta alucinación le ganó. En cambio, preguntó; —¿Eres real?

Respiraba. Se movía. Existían en el mismo espacio. En el mismo mundo y no en un simple sueño. Minsuk se quedó pasmado, y por dentro, totalmente maravillado, como si conectara con su niño de tan solo nueve años, conteniendo tantos sentimientos encontrados. Morderse el labio y apretar los puños en su bata fue necesario para no hacer lo que realmente quería hacer. ¿No vas a abrazarme? Susurró su propia voz dentro de su mente, condenada por el pasado.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:02 am
Sooyeon

—¿Es en serio? — Un “ugh” seguido de un “pak” fueron sus respuestas. El claro quejido había dejado su garganta levemente sensible, y la palma de su mano cubría por completo lo que segundos atrás era una frente despejada. —Fui a comprarle comida, la que usted quería, ¿y ahora me viene con algo así? — Incredulidad, no, era más que eso. El orgullo herido de la parca se hizo notar con una mirada que oscilaba entre la ausencia y la desesperación de alguien que probaba en carne propia el sabor el fracaso.

Una de las almas distraídas con la escena cayó en manos del enviado de la muerte, uniéndose a su compañera en uno de los bolsillos del hombre. Una sacudida por acá, otra por allá, y de pronto todo se tranquilizó en ese pequeño espacio. Soo Yeon asintió conforme con la situación, le gustaba cuando las almas eran cordiales entre ellas.

—Por favor, regrese— Extraño le hubiese parecido tratar a una mujer de casi noventa años con honoríficos si mantenía en su mente el hecho de que el ya le sacaba varios años. Su enseñanza tradicional, consciente del honor de cada persona con la que trataba, le impedía perder esas costumbres. Si se veía mayor, lo trataría como alguien mayor. —O la dejaré flotando en el río un par de años.

No podía concentrarse en el yojeong que parecía estar haciendo comentarios cada cierto tiempo, pues estaba demasiado enfocado en la mujer de estiradas facciones que parecía fascinada con la hamburguesa que el aun-vivo sostenía entre sus dedos. En el peor de los casos, retrocedería el tiempo y dejaría la bolsa de comida en la puerta, eso evitaría todo ese desastre.

—Uno de tres estrellas— Soltó sin pensar demasiado al verse distraído con otra esfera brillante que se había escondido tras una de las almohadas del sofá. Se tiró contra ella con todo el peso de su cuerpo, aplastándola con su costado. —Esta sería la última… Uno, dos, tres, cuatro…— ¿Eran cinco? ¿O seis? ¿Cuatro? No podía sacar su lista frente a un desconocido, aunque a esa altura estaba más que claro que había mostrado más de los necesario.

Aún debatía si sacar el papel o no, hasta que la voz contraria se elevó lo suficiente para hacerse un espacio bastante respetable en su cabeza. —¿Huh? ¿Soy yo? Supongo… ¿Tu repartidor? — Estaba muy confundido, y no se preocupó en disimularlo. Su expresión se mostraba tensa y sus labios habían perdido esa curvatura natural. —¿Estás bien?... Esto fue un error, lo siento. Lo arreglaré, me encargaré de dejar la comida en la puerta.— Lo que siguió fue una mirada capaz de callar a la mujer y hacerla desaparecer con un pequeño destello. Luego de ocultarse, otra leve risa viajó por el departamento. Sus pasos acortaron la distancia entre ambos, y cuando ya solo un par de ellos los separaba, la parca inclinó la cabeza para disculparse. —De verdad lo lamento.

Había armado un desastre en el departamento de alguien cuyos días seguían siendo una mayoría envidiable. Tras coger el casco pasó a su lado nuevamente, cuidando no molestar con repentina cercanía, y tomó la bolsa de comida de la mesa. Si quería que las cosas funcionaran sin mayores dificultades, debía deshacerse de los rastros de su presencia. .


La risa comenzó a sonar mas fuerte. La vieja, satisfecha con el cómico desenlace, salió de su escondite y apagó las luces del departamento. Una obra solo se acababa cuando los reflectores abandonaban la escena. La oscuridad, sin embargo, no fue capaz de detener a Soo Yeon, quien ya tenía el pomo de la puerta entre sus dedos. —Último llamado, señora.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:02 am
Minsuk

El sol. Pensaba en el cuando memorizaba el resplandecer de esas pupilas, empalagado con el derretir de ojos cálidos que lo miraban mientras el lucir de una radiante sonrisa buscaba cegarlo con uno o dos hoyuelos juguetones.
Sin percatarse, convirtió sus días en un anhelo cotidiano; admirando esa estrella solar en el cielo, solamente por poder compararla con el hombre de sus sueños.

Amaba los días soleados gracias a ello. Temperatura cálida, la promesa de un pronóstico que encandilaba el alma y Min Suk se volvía el hombre del tiempo que optimista buscaba el sol en una tarde de lluvia... Hasta que los sueños se detuvieron y se convirtió en el tonto sin planes y sin paraguas, el que se consolaba persiguiendo —y pensando en— el mismo sol mientras estaba desorientado y abandonado en medio de una tormenta.

Aún cuando el sujeto frente a él no tenía la misma sonrisa de antes, Min Suk halló aliento en detalles que se mantenían intactos; una piel pálida como la crema batida más dulce, dos ojos café que invitaban a beber y degustar de ellos, aunque le daba la impresión de ser una bebida fría. Sin el calor que esperaba. —¿La última?...— se preguntó débil tras su monólogo interno de introspección y sentimentalismo. No podía dejar de estudiar ese rostro tan familiar y al mismo tiempo distante, esto último provocando intranquilidad en su pecho.

Si el otro hablaba de las extrañas luces flotando por ahí, no pudo prestarle atención.

A estas alturas estaba más que boquiabierto, analizando cada movimiento como si el repartidor fuese un espécimen recientemente descubierto y digno de estudio. Tanto fue su asombro que dejó pasar varios comentarios, priorizando esta visita milagrosa. —E-estoy bien.— Asintió enseguida con el sacudir automático de su cabeza sin despegar la mirada. El sujeto que invadió sus sueños y a quién prácticamente vio crecer en cada uno de ellos estaba ahí parado, haciendo de repartidor. —De maravilla...

Ah. Estaba bien. A punto de volverse loco. Pero bien.

Que llamara esto -un error- le pareció doloroso, una punzada pequeñita y peligrosa agrietando todo cada vez más. Ignorarlo fue lo mejor. —¿... Tú estás bien?— Preguntar no estaba de más, especialmente con la expresión en esa cara. Apuesto, aún sin una sonrisa. Siempre le pareció atractivo, Min Suk es un hombre observador. Incluso lo culpaba de su curiosidad con el mismo sexo. Le daban igual los otros chicos hasta que este tipo provocó la duda, el descubrimiento, la experiencia.

No pudo indagar más en su adolescencia de hormonas volátiles porque verlo caminar hacia él fue como revivir sus sueños; uno donde lo recibían con el apretujar de dos fuertes brazos hasta quitarle el aire. Atrapado en esa memoria extendió levemente sus propios brazos, convencido de que sería rodeado en calidez como aquellas veces.

Se sintió tonto, y desilusionado, cuando volvió a escuchar otra disculpa y el contacto nunca llegó. Tampoco sintió el propósito en el repartidor, como si Min Suk fuese el único interesado en la idea. Y probablemente lo era. ¿Y si éste tipo de verdad era otra persona? ¿Cómo puede existir alguien idéntico? No creía en las estúpidas coincidencias. Por más que sí creyera en sus sueños fantasiosos. ¡Era diferente!

Cada mano aterrizó a sus costados, tragándose el rechazo con disimulo y alzó la vista, sin permitir verse afligido. —No hay... problema. De verdad.— Permaneció un poco hipnotizado con la cercanía y repitió esa acción de pestañear perdido. ¿De verdad creyó que sería abrazado? Si. Y en ese susurro dejó caer su mirada como respuesta a la confusión que todavía ocupaba una parte de su cerebro. Tanta indiferencia le hacia creer cada vez más que se trataba de un completo extraño, y no de aquel muchacho en sus recuerdos.

Perdió mucho tiempo pensando. Lo supo cuando ya no coreaban risillas en el departamento y el eco de una sola se repetía, burlándose del artista, no lo dudaba. Ah, pero la idea de que se le escapara nuevamente ocasionó cierto pánico, generando que actuase con impulso. —¡Espera, quieto ahí!— Un par de pasos y se atrevió a situar sus dedos sobre la mano ajena, en desacuerdo con la idea de que girase el pomo y saliera por esa puerta.

Invierno. Quizás no fue la corriente de aire al abrir la puerta. O las luces de apariencia sobrenatural soplando de vez en cuando. Tal vez era el mismísimo repartidor, y le pareció absurdo. ¿Y el verano? ¿La calidez? ¿El sol? El yojeong anticipó la ansiedad de su corazón, y aún así se volvió esclavo de la sensación. No podía creer que realmente esta sintiendo piel, y el propio calor de su mano tomó el papel de un abrigo efímero, tímido, pero determinado.

Improvisó complicidad en el suave contacto e inhaló una bocanada de aire, un hormigueo se acomodó intruso en su pecho y formuló palabras mudas con el presionar leve de sus dedos, buscándose a sí mismo en esas pupilas. Fue difícil encontrar algo con la carencia de iluminación. Dos esferas sosteniendo el universo; oscuro y vacío, con polvo estelar si entrecerraba los ojos y se concentraba en cada pupila. O fue su imaginación. —No te vayas.

La mascarilla en su rostro se volvió una razón para apartar su cuerpo y aclarar la garganta, mirándose los pies, luego la bata. Cuando soltó esa mano, extrañó el contacto al instante, por más fría que fuese su primera experiencia.—Dame un minuto. Necesito cambiarme y sacarme esto de la cara.

No esperó respuesta y trabó todos los seguros de la puerta. Por último giró la llave puesta y la sostuvo en la palma de su mano, satisfecho con cada acción ridícula que tomaba. Encerrar a su amigo (estaba convencido de que era él) pareció el plan perfecto en ese momento. Medidas desesperadas, en otras palabras.


Decir que estaba orgulloso de su siguiente idea, era poco. —¡Ah! Usted,— Buscó a la señora con la mirada, chasqueando la lengua como si tratase con un animal escondido y la localizó flotando por el techo, cerca de un foco de luz. —Si, señora, por aquí. El baño tiene jacuzzi, ¿alguna vez recibió un hidromasaje?— Agitó su mano en una cordial invitación e ignoró lo ridícula que se vería toda esta situación desde afuera, pero desde el primer sueño con un extraño que ahora existía, supo que nada de lo que sucedía en su vida era normal. En lo absoluto.

Volteó para mirar al repartidor, debería preguntarle su nombre pronto, porque no estaba seguro de llamarlo como lo hacia en sus sueños. —No puedes irte sin ella, ¿verdad?— Ofreció una sonrisa astuta rápidamente sustituida por apego al conseguir estudiar otra vez el rostro ajeno e inevitablemente, admirarlo. —Dios, sigues exactamente igual... hm, aunque...— Entrecerró los ojos y peleó otra vez con la tentación en la punta de sus dedos, ansiosos por sentir otra vez una figura que creía imaginaria.

El hecho de que fuese real lo tentaba a atreverse con más ganas. Lo que sucedía por haber probado un poco, ahora sus manos necesitaban controlarse. Pasaron casi tres o cuatro años desde la última vez que lo soñó. Algunas cosas si que habían cambiado. —Tus hombros se ven más anchos. ¿Y siempre fuiste así de bajo?— Una inocente broma para sacar los nervios que sentía. Y tras asegurarse de esto con un paneo general del cuerpo, se dio media vuelta notando la lucecita a su lado, siguiéndolo. Era como tener a un perro. Uno brillante y siniestro de risa malévola.

Pero veía cierto encanto en esos detalles.

Casi tropieza con un sofá, sin embargo, la encantadora anciana cumplió el papel de linterna flotante y encontró fácilmente el camino al baño. — Por cierto, apreciaría que dejes mi pedido sobre la mesa. No he terminado de comer.— Su voz no daba espacio a la discusión. No le pareció una buena señal notar que tuviera la bolsa en una mano, como si planeara llevársela.

No se iría a ningún lado de todos modos.

Desapareció tras cruzar la puerta del baño, descansando sus manos en el lavabo para mirarse al espejo y respirar hondo, fingiendo que se encontraba perfecto y no estaba teniendo una mini crisis (era un buen actor después de todo) con una señora orbitando a su alrededor, contenta gracias a la constipación que encontraba en el rostro del coreano.

Lo encerró en su departamento, esa parte del plan estaba hecha. ¿La siguiente parte? No tenía ni la más mínima idea. ¿Convertir el encuentro en una de esas citas mediocres de tinder y jugar a las veinte preguntas? Tenía muchas que hacerle.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:02 am
Sooyeon

La mayor parte del tiempo intentaba comportarse de manera responsable, cumpliendo su compromiso con la muerte diligentemente para pagar por los errores que seguían presionando sus hombros desde los días pasados. No solía ser de los que se tomaban vacaciones o temporadas sabáticas, pues encontraba cierta tranquilidad en ayudar a quienes buscaban la forma de llegar al otro lado tras una vida llena de dificultades y retos. Park Soo Yeon era, en otras palabras, de los que podían decir que disfrutaban ejecutando su labor -la mayor parte del tiempo-. En ese momento, sin embargo, disfrutar era una palabra que hacía eco en sus neuronas mientras se alejaba entre saltitos y risas.

Estaba perdiendo la cabeza también por culpa de una anciana que no parecía haberse divertido lo suficiente en sus últimos años de vida, y tampoco podía ignorar el aporte del chico cuya bata parecía lo único realista.

Sus opciones se habían acabado, podía admitir que no sabía qué hacer para salvar una situación condenada desde el principio. Si la comida había sido la culpable de todo, tendría que cambiar de rubro. En medio del caos, contempló pasarse a repartir flores. —¿Yo? No podría estar mejor— Amargo. El arrepentimiento le invadió de inmediato al tratar sarcásticamente un acto de honesta preocupación. Se mordió el labio y su mirada buscó privacidad entre las planchas de madera del piso. —Todo estará bien, no te preocupes— Hizo su mejor esfuerzo para sumar una sonrisa a la respuesta, una que también le ayudase a él a lidiar con el estrés que se acumulaba en esa habitación.

Ignoró sus movimientos por un instante, sumido en la turbulencia de su propia existencia. ¿Era normal pasar por una crisis existencial a los 300 años? Se dio el lujo de sacar la tercera papa de la noche de la bolsa mientras escaneaba en su libro de conocimientos una respuesta adecuada. No estaba pasando por su mediana edad, no tenía el físico necesario para considerarlo menopausia. —En fin— ¿Necesitaba un abrazo? Ni siquiera recordaba cuando había sido la última vez que había tenido contacto físico con alguien vivo, pues las almas resultaban bastante poco tangibles y los cuerpos inertes no le llamaban lo suficiente la atención como para llegar a acercarse. No, algo así no calmaría sus nervios.

Debía volver a la realidad.

Tras limpiar los restos de sal y aceite de sus dedos con la bolsa, y colocar nuevamente la manos obre el pomo, fue detenido por el hombre de la bata. En cualquier otro momento el gesto le hubiese sorprendido, pero en ese momento estaba ya tan alterado que no logró más que sacarle un “qué” de los labios que no llegó a tener sonido alguno. Era el calor, la oleada de un sentimiento inexplicable que se atrevió a recorrer cada rincón de su cuerpo hasta hacer de su cabeza una residencia provisoria. Imágenes se cruzaron por sus recuerdos entregando una nitidez que en su tiempo fue tan natural como el amanecer, pero que con el pasar de los años había aprendido a olvidar. Una risa familiar, mirada que insistía en obtener la atención que merecía, y las líneas de sus labios marcándose con cada silaba. La imagen le abandonó tan rápido como llegó, dejando un vacío incómodo bailando en medio de su pecho. Ni tiempo tuvo de pestañear antes de que su cuerpo de manera instintiva diese un paso hacia atrás, haciendo caso a la petición ajena.

Él no había querido ver esas imágenes, no, debía llamarlos recuerdos. Incapaz de culpar a su naturaleza como parca o a la indomable imaginación que se alimentaba de estrés, se limitó a asentir y mirar nuevamente su mano ahora solitaria. “Fue tu imaginación, es imposible que él vuelva a tu vida”, un par de repeticiones, el sonido del metal trabando la puerta en distintos puntos, una bocanada de aire que atascada en sus pulmones provocó ardor, sus brazos cayeron a los costados incapaz de sostener el propio peso. Quizás, sólo quizás, si necesitaba tomar unas cortas vacaciones. —Es ella quien no puede irse sin mi— Aclaró con cierto orgullo en sus palabras. Su rol era importante, no debía olvidarlo o permitir que otros lo pasaran por alto. —Así que no, no puedo dejarla. Agradecería que no la entretengas demasiado… — O no querrá irse, y no es bueno para el turismo de un país tener demasiados fantasmas dando vueltas.

Demasiado cerca, olía a menta.

—No sé de qué hablas— Cortó de inmediato, incapaz de seguir indagando en la posibilidad de que ese hombre fuese en realidad, tras todos esos años, esa persona. Frunció el ceño, provocando que pequeñas líneas cruzaran su frente. No recordaba haber ido a ese departamento antes, y Busan era una ciudad demasiado grande como para creen que reencuentros o meras coincidencias se fuesen a dar. O bueno, al menos para gente que sólo se reunía con moribundos… como él. —Disculpa, no soy bajo.

Demasiada confianza también. El chico de demasiadas demasías le había pedido algo que podía hacer después de todo, aunque no antes de sacar otra papa. Dejó la bolsa en la mesa donde estaba antes y se dirigió al centro de la sala de estar. Miró el techo, el piso y las ventanas antes de tocarse los hombros. No era bajo, no tenía que preocuparse.

Lo siguiente era esperar. Esperar obedientemente sentado, permitiendo que el sofá le entregara ese descanso que tanto necesitaba. Un seguro, o dos o tres, no eran suficientes para detenerle si su intención era salir de ahí, pero sus pies no lograban obedecer al pensamiento lógico que le pedía dejar ese apartamento atrás. Sólo se quedó ahí sentado en medio de la oscuridad, presionando levemente sus rodillas con los pulgares en un intento infructuoso de recuperar el control de sus extremidades. El casco que dejó en la mesa de centro le miraba fijamente, como si estuviese juzgando su falta de voluntad. —Quizás solo debería lanzarme por el balcón sin hacer ruido— Pensamiento intrusivo, se arrepintió de inmediato con un recriminatorio movimiento de cabeza.

Golpeó la puerta que el otro había atravesado con los nudillos, incapaz de quedarse sentado por miedo a realmente tirarse por la ventana. —Disculpa, pero no entiendo qué quieres… De todo esto. O de la señora. No es muy noble de tu parte encerrarte con una mujer, sea cual sea la situación. Así que me quedaré aquí… A supervisar— La puerta se convirtió en su respaldo, el suelo en su asiento, y el eco resonando por las baldosas del baño en su compañía. Cerró los ojos conforme con su coartada, pues quedándose ahí podría matar dos pájaros de un tiro. No, no matar, más bien atrapar. Se aseguraría de no perder de vista el alma pendiente y de no sucumbir a los pensamientos intrusivos que le decían que las parcas definitivamente podían volar si se lo proponían.

Era el estrés hablando, no la lógica.

—¿Se puede saber de donde crees conocerme? Sería mejor aclarar que es imposible que me hayas visto antes…— Se llevó la uña del pulgar a la boca. —Quizás tengo un rostro demasiado común.

Quería verlo. Ver el rostro desnudo detrás de la mascarilla. En cuanto le diese un vistazo podría confirmar si se trataba de él o no, o quizás de un familiar lejano, o de un loco que supo arrancar la costra adecuada. Si ese era el caso, tendrían problemas. Tosió para apurarlos, encogiéndose un poco más en su posición. —Además tú tampoco eres particularmente alto.

Qué estaba haciendo.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:03 am
Minsuk

Comparó la oscuridad en el baño con la penumbra descubierta en esas pupilas. Comparó el frío de la cerámica bajo sus manos con el glacial tallado en esa piel pálida. Comparó el entusiasmo de su pecho con todos los encuentros, y pestañeó lentamente, convencido de la última impresión. El corazón bombeó en un fuerte llamado y quién era él para no darle una respuesta.

Tuvo que compararlo con el hombre de antes porque parecían tan diferentes, aunque sabía que era muy pronto para un cierre. Si él muchacho de sus sueños era el sol insistente aún en una tarde de lluvia, el hombre de su departamento pareció heredar el encanto de la luna, ¿y cómo? Imaginaba una noche fresca con ella cubierta de niebla, ofuscada por el espesor de un diluvio que ya pasó. Y aunque ya no llovía, continuaba escondida, acechando a lo lejos.

La luna no tenía que ser llena. Minsuk se conformaba con disipar el espesor y revelar una luna creciente como una sonrisa dibujada en cada párpado. La forma natural que tomaban esos ojos cafés cuando reían para él. Ah. El último recuerdo provocó malestar en sus dedos y cada uno perdió vigor en el refregar de su rostro, tomándose el tiempo que no debería.

Encerrado en un baño con su mente inquieta como compañía no era recomendable, y cuestionó al instante la naturaleza del destello orbitando a su alrededor. Una señora, según las palabras del repartidor. No es sorpresa que haya decidido pecar de ignorante y evitarse una eterna vacilación acerca de ésta mujer. Ésta cómica lucecita tomó un papel importante como el ancla fijando un fuerte agarre en el otro sujeto.

No debería estar tan orgulloso por haberla usado a su favor, pero sus labios pensaron diferente, ayudándolo a tropezar con una sonrisa tenue. —No parece ser tan mala.— Sin contar el frío incómodo o la carencia de luces en el departamento, quería verla como una presencia carismática. —Es una pena que no tenga tiempo para una mascota.— Secó su rostro con suavidad y paciencia, atento por el irritar fácil de su piel. Por otro lado, la señora no estuvo de acuerdo con la comparación y flotó por el cuarto hasta generar un mini vendaval, suficiente para despeinarlo y derribar un par de productos a su paso.

Cometió el error culposo de soltar una risa cómplice por el simple hecho de provocar a un ente. ¿Lo era? Su criterio dijo que sí. Ah, y concluyó en un sí rotundo cuando la vio atravesar la puerta, aparentemente ofendida con el comentario anterior y lista para alejarse de los encantos del Yojeong. No comprendía de dónde nacía esta malicia, pero se sentía muy bien encontrar satisfacción en aquella broma. Las tendencias pícaras de su propia raza, querrá creer.

Por alguna razón, mirarse al espejo le hizo recobrar cierto sentido de consciencia y colocó una mano en su pecho, sintiendo el material de la bata contra sus dedos. Con el cambio inesperado de eventos, Minsuk recuperó un tren de pensamiento común: '¿debería arreglarme un poco más?' '¿le importará si continuo en bata?', y uno que otro '¿desde cuándo tienes problemas para elegir qué vestir?' y evidentemente, ese último reproche mental generó un fruncir de sus cejas, sacudiendo la cabeza con negación rotunda.

Las posibilidades eran demasiadas, y él no tenía el tiempo suficiente para correr detrás de cada una y considerarlas. —Antes que nada, quiero saber dónde dejé mi...— Rebuscó entre un mueble hasta dar con el pijama que originalmente pensaba vestir. Un —¡ajá!— fluyó de su boca con regocijo. Es conocido por su simpleza en la privacidad de estas cuatro paredes; pantalones cortos y camiseta holgada, nada fuera de la norma. Dejó caer la bata al suelo, sintiendo el primer cosquilleo en sus hombros desnudos.

No estaba comprometido en la conversación, un poco distraído con el pensamiento volando por encima de su cabeza como el aparecer de una estrella fugaz; rápida y difícil de contemplar... ¿A supervisar qué exactamente? El yojeong arqueó una ceja mirando hacia la puerta, encontrando su respuesta tras segundos de deliberación. —No haré nada inapropiado con mi invitada, no te preocupes.— Y se escapó una risilla nasal como un soplido sin creer lo que oía. El silencio se convirtió en un enemigo ocasional, y sumó; — Si te ayuda en algo saberlo, no eres el único que está... Confundido. — Lo suyo era más asombro, del bueno. Quizás no lo parecía por la iniciativa que tomó en atraparlo y utilizar un ente como parte de su plan.

Apresuró el trámite de vestirse y procuró mirarse al espejo con atención, buscando algún detalle fuera de lugar; cabello en orden, suavidad a punto gracias a la mascarilla, y ah. Su boca. —Te he visto antes. Muchas veces.— Con un labial provocó el ligero sonrosar de su sonrisa y le pareció lo suficientemente generoso, ni muy obvio, ni muy desinteresado. — Demasiadas... Parecías más alto. Te alcancé, aparentemente.

No sabe que fue de la señora, su mente estaba en otro lado. ¿Cómo olvidar esa cara? —De hecho, solía llevar la cuenta de las veces que soñé contigo...— Le respondió a la puerta hablando y sintió un leve confort en el hecho de que el otro se acercara para hablar. Se detuvo con lentitud y miró su reflejo, reconoció nostalgia. — Supongo que la perdí en algún momento.

Un sacudón de su cabeza y maquilló su rostro con determinación, preparado para la confrontación. En pijama. Abrió la puerta de golpe y disimuló un susto con un par de pasos al costado, esquivando al tipo que segundos atrás aparentemente descansaba sobre ella. No importó el millón de dudas que surgieron porque una simple frase provocó descontento. — No tienes un rostro común, y lo digo en un buen sentido.— Cruzó los brazos muy enfocado, en efecto, en esa cara. Si mantenía el recuerdo vivo, podría ver una sonrisa en esos labios tensos. — Me ofende que creas que puedo confundir a mi mej--— Una pausa con el abrir de sus párpados, el silencio fue incómodo pero tuvo que recapacitar por lo que estuvo a punto de decir.

¿Su qué? ¿Mejor amigo? ¿Amistad imaginaria? ¿... Crush de preparatoria? Se llevó una mano a la boca y escondió el vibrato de una risa incrédula detrás de ella. El frescor que sentía cerca de él era estimulante, se sentía más despierto. —Primero, necesito que tomes asiento.— Colocó ambas manos en los hombros ajenos, presionando sus dedos en un capricho por sentir la masa muscular bajo cada yema. Un suspiro tembloroso se escapó como prueba de su pequeño atrevimiento, mordiendo su labio inferior mientras lo empujaba en una invitación para nada sutil a que se sentara en el sofá más cercano.

¿Cómo abarcar el tema sin sonar desquiciado? No había vuelta atrás. — Al principio creí que eras una fantasía.— Y se acercó un par de pasos para indagar con su mirada, observar lo real que era. Decidió sentarse a su lado. — Un invento de mi cabeza, un... Un amigo imaginario. Me dijeron que soñaba contigo porque me sentía solo. — La confesión comenzó a fluir como una corriente imposible de detener, el agua cruzaba sin nadie que pudiera contenerla. Una risa corta sin humor ni encanto. — Que fuiste un reemplazo por la perdida de mi padre. Un tipo de escape. La psicóloga aseguró que me olvidaría de ti, como todo niño.

¿Estaba sofocándolo demasiado con toda la información? Minsuk no pudo considerar la pregunta por mucho tiempo, atrapado en sus propias emociones. — Pero nunca te olvidé. — Una pequeña pausa para corregirse. — No. Tú fuiste el que no se marchó. Siempre estabas ahí. — Había anhelo en el titilar de sus pupilas despabiladas, un dilatar copiando el ritmo de su corazón ansioso. Encontrarse con los ojos contrarios era toda una experiencia que a pesar de ser nueva, parecía tan familiar.

Sintió sus manos inquietas, acariciándose entre sí y buscando soporte mutuo, sin importar qué, no despegaba su vista del hombre. —En mis sueños... No sé por qué y en verdad quisiera poder explicarlo.— Necesitaba saber si al menos compartía algo con ese chico. Ese nombre. — Eres Park Soo Yeon.— Reveló con un ampliar leve de sus comisuras, totalmente convencido de tener la razón y quizás, tal vez, puede ser que esté cegado por el sentimiento afectuoso de tenerlo ahí después de tanto tiempo. De tantas noches sin soñarlo. — Park Soo Yeon. — Coreó una vez más con un suave elevar de su voz, queriendo formular con claridad sus palabras y expresar a su vez, seguridad, determinación. Decir su nombre en alto se sintió liberador. — Eres tú. Lo sé.

Abandonó el impulso de abrazarlo, y en su lugar inclinó la cabeza, excusando la cercanía con la poca iluminación en el departamento. — ... Sooyeon-ah. — Susurró una última vez en un secreto propio, o de ambos, no lo sabía. El cuerpo le temblaba; un contenedor de sensaciones y emociones encontradas.

Mantenía una sonrisa segura, con total confianza en cada atrevimiento que tomaba de a poco. Se sentía tan hipnotizado cuando lo tenía cerca, un magnetismo que provocaba el inhalar de su boca entreabierta y en un suspiro conspirador, una frase entregada al momento se deslizó sobre sus labios como la miel más pura. —Luces mucho mejor en persona.

Se sentía atrapado en un trance. En uno que no le importaría mantener para siempre.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:03 am
Sooyeon

Mientras el frío del suelo subía arrastrándose descaradamente por su columna, su cabeza también comenzaba a enfriarse de a poco, lo suficiente al menos para volver a darle una vuelta a lo que había pasado pocos minutos atrás. Relajó los hombros que tanto rato llevaban tensos y su nuca se apoyó en la puerta, aplastando unos cuantos mechones de cabello que habían quedado atrapados en medio. En cuanto se acomodó para no sentir el tirón, permitió que sus párpados se uniesen al descanso dejándolos caer.

Él había muerto siglos atrás, un día cuya fecha específica había satisfactoriamente olvidado en pos de su salud mental. Lo que si recordaba a la perfección, y con cada lujoso detalle brillando con su presencia, era cuando vio su nombre en la lista de almas que debía recolectar. Se le había caído el mundo encima en cuestión de segundos, y no tuvo más opción que ir a su encuentro con esa presión arrebatándole el aliento. Nunca se había dado el tiempo de indagar en los motivos que tendría el destino para burlarse de él una y otra vez, suceso tras suceso. La resistencia que el cuerpo transmitía cuando un objeto extraño intentaba hacer su propio camino entre la carne había quedado grabada en sus dedos, los cuales temblaban cada vez que el filo ganaba pocos milímetros de terreno en el abdomen de su mejor amigo. Su cabeza se sacudió con brusquedad, azotando la piel con la punta de las hebras que había intentado cuidar pocos segundos atrás.

No tenía por qué pensar en esas cosas, ya no había caso.

—Ah… ¿Debería confiar en alguien que apenas conozco? — Respondió sobre la rosa ajena, imaginando a la señora disfrutando del tiempo extra que milagrosamente había ganado. —Por qué estarías confundido, puedes considerarla una luciérnaga — Que se reía de manera tormentosa y olía a muerte, pero luciérnaga al fin y al cabo.

“Quienes acaban con su propia vida pierden el derecho a la reencarnación” Se recordó con una sonrisa que de tanta alegría podía trizar un diamante. Su esperanza se había desvanecido muchísimos años atrás, y no era un masoquista entrenado como para disfrutar esa clase de recuerdos espontáneos y, por qué no, bastante intrusivos.

—¿Dónde me has visto? — Inquirió con repentina seriedad que contagió su tono de voz. Las cuerdas vocales se sentían apretadas en su garganta, incapaz incluso de tragar el sabor acido que se había acumulado al fondo de su lengua. Las palabras que escuchaba no hacían más que aumentar su ansiedad, alimentar una burda ilusión con falsas esperanzas. Estaba exagerando, el sujeto en el baño una persona más de Busan, y el llevaba varios años viviendo en la ciudad. Quizás era hora de mudarse y ya.

El golpe que interrumpió su tren del pensamiento le arrebató un quejido. Su espalda, antes cómodamente apoyada contra la madera que compartía su temperatura corporal, estaba ahora pidiendo a gritos que las baldosas desaparecieran. Pestañeó con fuerza, deseando que esa simple distracción fuese suficiente para superar la evidente desgracia que atravesaba su lomo. No lo logró, sólo vio al chico vestido con algo que parecía un pijama esquivarlo para salir del baño. Alzó inevitablemente una ceja. Dónde habían quedado los modales de la población coreana, dónde. Lo arregló un poco con lo que él consideró un halago, pero seguía ofendido.

—¿Tu mej? — Esperó pacientemente la continuación de la frase, durante dos segundos. Pasada la tortura de la incertidumbre su labio inferior se separó levemente para honrar la etapa de la incredulidad. No soportaba desconocer, o estar mal informado, o no entender. Trecientos años de vida significan muchas actualizaciones de todo: sociedad, tecnología, dialecto, modales, vestimenta, y él había tenido que rápidamente estudiar y ponerse al día para poder mantener una vida casi normal en Corea. De un impulso se sentó, frotó su espalda baja y volvió a colocar los pies en la tierra, literalmente. —Pero me acabo de…— ¿El suspiro? Inevitable.

Ignoró con toda la fuerza de voluntad que su cuerpo podía albergar las imágenes que comenzaban a colapsar como una torre de cartas en su cabeza. Eran recuerdos suyos, una mala pasada de su memoria al atacarle en un momento de vulnerabilidad, pero no podía fingir que la voz diciendo “pasa cuando se tocan” con tanta facilidad. Se dejó guiar al sofá, dándole miradas perspicaces a la señora que seguía invadiendo el lugar como si se tratase de su propia casa. Se sentó con cuidado, sin dejar caer su cuerpo como normalmente haría. No podía darse el lujo de ese relajo, no cuando el otro se daban la libertad de acercarse tanto a él.

—¿Amigo imaginario? — Estaba confundido, pero más que confusión le costaba lidiar con la ansiedad. La forma en que las palabras ajenas llenaban el espacio, colándose por sus poros para sacudir lo que ya consideraba como un tema superado, incluso en la oscuridad que absorbía todo. —Detente.

Quiso decirlo, pero no pudo, sus labios se movieron y la lengua bailó, pero las palabras no fueron capaces de abandonar su cuerpo.

—Oye— Lo que salió fue un susurro ahogado, tan intangible que ni él pudo darle forma o sentido a la corta expresión. No supo si su boca hizo algo al respecto, o si sólo había sonado en su cabeza, pero no pudo decir más. Las palmas cubrieron sus rodillas y los dedos se enterraron en la tela del pantalón, marcando pequeñas arrugas en él. Quería poder ver su rostro bien, con luz, y al mismo tiempo no quería comprobar si los rasgos faciales que resaltaban a pesar de la oscuridad eran los de él. Suspiró nuevamente, soltando todo el aire de golpe al oír su nombre. Su nombre con esa voz fue suficiente para congelar hasta el ultimo de sus músculos.

No supo por qué las cosas habían tomado un giro como ese. Antes de darse cuenta, o poder evitarlo, estaba arrodillado sobre el cuerpo contrario, presionando sus hombros con ambas manos. ¿Lucir mejor en persona? ¿Sooyeon-ah? La familiaridad, la dulzura, la emoción. Estaba perdiendo la cabeza.

—Deja de jugar— Soltó conteniendo a duras penas la ira que hacia temblar sus dedos. Una reprimenda no dirigida al único ser vivo de la habitación, sino al ente de luz que seguía deleitándose con la mejor escena que había visto en su vida, dejando los dramas de la televisión de lado. Las luces se encendieron de golpe, forzando un chasqueo de lengua molesto por la punzada que el cambio de luminosidad distribuyó por su cabeza. En cuanto sus ojos se acostumbraron al nuevo ambiente, pudo ver su rostro con claridad. La nariz respingada, los labios pequeños, los pómulos carismáticos. — No puede ser.

Le agarró con más fuerza, sacudiéndolo contra el sofá un par de veces. —No. No soy esa persona.

No, no sería esa persona. ¿Por qué entregarse a la idea de reencontrarse con alguien de su pasado, o de disfrutar la compañía de alguien que esperaba no volver a ver nunca más? Se mordió el labio, incapaz de mentirse de esa manera. Quería volver a encontrarse con él, pero no sabía como lidiar con la situación en si. Park Soo Yeon había muerto años atrás, no pertenecía a ese mundo. No quería volver a ver a su mejor amigo morir frente a él.

Le soltó un hombro para cubrir sus ojos, hundiendo la palma en los surcos hasta que la incomodidad le hizo detenerse. —¿Crees conocerme porque me viste en sueños? Yo vi a Michael Jackson unas noches atrás.

No quería ser hiriente, simplemente no sabía que estaba haciendo.

—¿Y si lo fuese, qué? Quizás me parezca a tu amiguito mental, eso ni significa nada. ¿Quieres jugar? ¿Quieres que siempre esté ahí? — Repitió las palabras que había escuchado con tanta emoción, contrastadas ahora con su forzado tono frio. Era él, estaba casi seguro. Las reencarnaciones no eran poco comunes, pero las posibilidades de que se dieran en la misma geografía eran cercanas a cero. ¿Y las de reencontrarse? Menores a cero.

“Es el destino, Soo Yeon”

Esa no fue su voz, ni la del chico que seguía bajo su propio cuerpo, era la de su hermana. —Por qué volviste. Por qué ahora. Por qué conmigo— Estaba cansado. Le dolían los dedos de tanto aferrarse al cuerpo contrario, incapaz de dejarlo ir. Soltó el último agarre que sostenía sobre él. Inclinando su cuerpo hacia atrás para tomar distancia. Sus rodillas parecían pegadas al mueble, o estaban dormidas, no las podía mover para salir de encima. Sólo pudo sacudir su propio cabello, enterrando sus manos en las inocentes hebras que parecían sufrir con el actuar de la parca. —No deberías recordarme.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:04 am
Minsuk

¿Es un hombre sentimental? Por supuesto. Si no lo fuera, no estaría suprimiendo al cerebro para darle prioridad a un corazón encaprichado con una idea. Una ridícula idea. No se detuvo a pensar con claridad; interrumpir el impulso de funcionar en involuntario y recapacitar sus estúpidas decisiones.

Sin límites para seguir aferrado a una pequeña ilusión, desniveló la cabeza aún más, prometiendo cercanía que no debería permitirse. Egoísta. Nunca le dijeron lo egoísta que era. — ¿... Si? — La debilidad de una sola palabra robó el poco espacio que existía entre ellos y sintió frescura en sus pómulos, como un sermón; o fue el rostro ajeno que no correspondió el momento y se apartó de él, dejando en su lugar una estela gélida.

Intangible pero tan presente sobre su expresión confundida. Aquella presión sobre sus hombros fue un peso inesperado, provocando la tensión inmediata de cada uno. Dos cejas fruncidas con molestia perdieron nervio cuando escuchó un aparente sermón y sus labios formaron una línea firme, listos para articular una frase para defenderse, porque no estaba jugando. ¿Cómo podría con algo así?

Un quejido grave se escapó en su lugar, con ambos parpados cerrándose apenas sintieron el ataque contra sus pobres ojos. El apartamento se encendió y en la oscuridad dentro de su mente, no pudo evitar notar la ironía; lo mucho que comparaba a este individuo con un sol, luz, puro albor. La primer estrella que se prendía al caer la noche.

Fue reconocer una triste sátira, partir sus pestañas perplejas y registrar, después de todo, a un foco resplandeciente a espaldas de un semblante agotado. Y a pesar de notarlo exhausto, por la vida o este mismo momento, esa lámpara en el techo parecía una aureola sobre su cabeza y jamás lo apreció tan etéreo.

No era justo.

Es como si el universo se encargase de inmortalizar algo; lo instaló en un pedestal demasiado alto para palparlo siquiera con la punta de un dedo. Solo quedaba envidiar a quién pudiera llegar hasta allá, si es que existía. Pero la realidad en seguida arrancó el concepto de su mente, y lo hizo con un fuerte sacudón de su cuerpo, músculo sufriendo la presión de alguien real. Y en verdad, le era tan injusto. — ¡Ah, deja de zarandearme! — No agradecía ser sacudido por alguien que aparentemente tenía la fuerza suficiente para revolverle los órganos. Una de sus manos golpeó el pecho ajeno mientras la otra se aferró a una muñeca sin soltar. Cada dedo se aferró a la carne con ímpetu, como la mordida de un perro irascible. — ¡¿Qué no puede ser?! Eres tú, ¡sé lo que veo, idiota!

Contó tres palmazos en contra de un tórax inmóvil que no cedía a sus protestas, y buscar el latido de un corazón allí dentro se volvió una oportunidad foránea tan fuera de lugar, no correspondía. No correspondía.

Creció una fuerte desesperación de estacionar todo el peso de su cuerpo para quitárselo de encima, pero la agitación promovía descontrol, y el descontrol le hizo un espacio a la inestabilidad que su sentido común iba padeciendo. — A Michael... ¿eh? — Estaba completamente descolocado por la asimilación de un comentario ajeno al contexto, a sus emociones, a su verdad, a todo.

— ¿Por qué te comportas así? ¿Cómo vas a...? No, eso no. No puedes comparar un sueño cualquiera con esto, ¿estás hablando en serio? — Forzado a dar una pausa exasperada para inhalar estrechez de corazón, creía asfixiarse ante el maniobrar tan erróneo de las circunstancias. La última vez que se vio envuelto en un altercado, llegó una solución rápida porque fue con un sujeto de la empresa; alguien que le importaba poco y nada. Y las tontas acotaciones de un desconocido no punzaban tanto como este tímpano de hielo prácticamente abofeteándolo con sus comentarios.

Un puñetazo arremetiendo contra su pecho tras cada segundo; el comprimir de este era asfixiante y fue inevitable llevarse una mano al pectoral izquierdo, constriñendo la camiseta a modo de consuelo, objeción. Lamento silencioso que no hizo falta vociferar cuando el entornar delatado de ojos chocolate se derritieron poco a poco, traduciendo aquel mensaje acuoso de pena y desolación. Sin embargo no lloraría, porque derramar una sola lágrima sería dejarlo ganar a él y a su maldita indiferencia. Así deliberó el resentimiento creciendo peligrosamente en sus entrañas.

¿Cómo pudo equivocarse tanto con alguien? Soltaba palabras que llegaban a él como un letal virus contaminándolo de rencor en contestación a la herida tras cada pregunta expelida con la carencia de tacto que alguna vez imaginó. No. No lo imaginó, lo soñó. Tantas veces. — ... Mi amiguito mental. — odiaba escucharse tan débil, y le sorprendía lo poco que intentó sacárselo de encima. La decepción era tan grande. — Siempre ahí... — continuó tratando de poner los pensamientos en orden pero la tarea se volvió demasiado complicada.

En cuestión de segundos se disiparon años de cariño y apreciación, una amistad ficticia que trascendió solo para volverse distante e inalcanzable, justo como en el principio. Exteriorizó una entrega incondicional que a nadie en su vida le había ofrecido, con una sola mirada estuvo dispuesto a olvidarse de sí mismo y dedicarle todo de sí a este infeliz.

Uno, dos, tres, cuatro pestañeos y alejó rápidamente el asomar peligroso de lágrimas patéticas, dos dedos bruscos invadieron cada cuenco para borrar cualquier evidencia de lo que por dentro sucedía; un órgano responsivo que sentía quebrarse con cada latido dedicado al sentimiento existente por culpa de la manipulación ajena. Sí, se sintió manipulado, usado, ¿por qué aparecía en su cabeza, desaparecía y ahora volvía para burlarse de él? ¿Con qué derecho? Amargura trepó hasta arañar su garganta con un vil ardor, obligándolo a tragar acidez con dificultad. Resaltaba un tormento en sus pupilas y era imposible escapar de la humedad haciendo que irradiasen más de lo normal.

Tuvo suficiente de la escena. Tanto tiempo añorando cercanía para al final empujarlo lejos del estúpido sofá y de sí mismo, sin importarle las consecuencias de un arrebato físico que necesitaba para liberarse. Se asfixiaba.

—¿Cómo te atreves?— Apuntó un dedo acusador, índice que enterró en ese pecho probablemente vacío, porque a estas alturas dudaba que existiesen los latidos de un corazón. Su dedo pudo ser comparado con un puñal, ímpetu en el incrustar de este. — No puedo creer que desee tanto volver a verte, ¡cerraba los ojos esperando a que aparecieras de nuevo! — A estas alturas le pareció estúpido tratar de controlar la humedad de sus pupilas, pestañeando detenidas veces para evadir una visión borrosa. Dio un paso más y la mano libre ocupó un espacio intrusivo en el hombro ajeno, un empujón provocado por la ira y la degradación de sus propios sentimientos. — ¿Entonces era todo mentira? "¡Al fin apareces!", "¡qué lindo cantas!" "estaré aquí cuando vuelvas", ¿Qué hay de todo eso? — Tantas frases que había oído en esos sueños, estos estúpidos sueños. Lo colmaron de tanta expectativa, una euforia imposible de explicar, todo el día esperando que anocheciera para cerrar los ojos y verlo a él.

— ¡Y ahora se supone que no debo recordarte! — aire exasperado, su nariz sopló con una risa muerta; muy alejada de la diversión que una carcajada debería proporcionar. — Al maldito que estuvo años comiéndome la cabeza, haciéndome sentir... Dios... sentir tanta mierda. Te pensaba todo el santo día, ocupabas... Ocupabas todo. ¿Y para qué? — Ya no procuraba inventar dominio sobre sus manos dejándolas caer a cada lado, sin renunciar al contacto visual que mantuvo con Sooyeon. Claramente era él. Pero tan diferente, y no comprende por qué. Poco le importaba exponer la vulnerabilidad iluminando sus ojos, un muro de cristal tan frágil. Detestaba la posibilidad de lágrimas. "Mírame, mira lo que has hecho, estoy así por tu culpa." farfulló una voz nociva en el fondo de su mente.

— No sé por qué, y no puedo explicarlo. — Un pie siguió al otro, ambos firmes a diferencia de las manos que aún le temblaban por la conmoción. Lucía la consternación en su rostro como un chantaje, un motivo para someterlo y llenarlo de la culpa que debería sentir por degradarlo a este desastre; pómulos acalorados de tanta disputa, y había amenaza de tormenta con el enrojecer de sus ojos. — Mírame. — Y le hizo prestar atención tras el firme agarre de su mano derecha aferrándose a la chaqueta. Surgió la posibilidad de golpearlo por años de ausencia, pero no cumplió. No se consideraba una persona violenta, por ahora. Solo precisaba el manipular de palabras.

Quisiera meterse en esa mente, y sabría que de poder hacerlo, no solucionaría ninguna de sus dudas, ni sus problemas. — Y dime que no sientes nada. — Una mirada determinada en cristalizar cada parpadear suave, se notaba falsa brillantina acicalando el largo de cada pestaña y el aletear de éstas era repetitivo, en parte por estar perdido una vez más en un universo negro, y también por querer disipar el frescor de sus propios ojos, húmedos, frágiles. Entreabrió los labios e inhaló lentamente, consumiendo en secreto el aroma ajeno. ¿Por qué se aferraba tanto a este infeliz cuando parecía ser no correspondido?

Lo último generó que perdiera influencia en el agarre, y el pobre gesticular de sus cejas reaccionaron de igual forma, pesadumbre en cada una. — Sé que no soy el único afectado, puedo verte... Hay algo. Sé que hay algo.— La nuez de adán bailó una vez más, tragando desazón emocional; de sabor áspero. Persuadir no estaba en sus planes, quería ser un hombre justo, con principios, pero no podía ni engañarse a él mismo. Por eso inclinó su rostro unos pocos centímetros y amparo el ritmo paciente de respirar con la boca.

Una invitación discreta y egoísta, obligándolo a lidiar con la influencia de labios suspirando cerca de los suyos; última propuesta de calidez que no entregó realmente, porque privilegiarlo con un beso sería caer muy bajo. El hecho de no haberlo golpeado antes fue un milagro. Increíble en lo que se convertía por querer aferrarse a la esperanza. Su orgullo pendía de un hilo. — Dime que no me conoces, dime que nunca soñaste conmigo. Dime que no sientes nada y mírame a los ojos cuando lo hagas.

Sentía estar entregando una especie de ultimátum, confirmando el malestar revolviendo su estómago como la peor de las náuseas. Estaba decidido a dejarlo ir si el otro decidía ser un cobarde y huir por esa puerta; negar cualquier afirmación de sentimiento, reacción, memoria, lo que sea. Minsuk es un hombre observador, ¿y cómo no serlo con alguien así frente a él? Esos ojos podrían ocultar tantos secretos, y el coreano concluyó en demandar una última vez, antes de liberarlo y dejarse esclavizar por el resentimiento de un corazón partido.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:04 am
Sooyeon

Lo había amado tanto. Años atrás, en silencio, a distancia, con cuidado. Él, quien había sido su mejor amigo, su compañero, su confidente, un sueño inalcanzable. Él, quien más tarde se convertiría en un hermano a través de un matrimonio político, a quien tuvo que renunciar desde el primer minuto por las normas aplastantes que una sociedad poco cálida dictaba en base al honor y las apariencias. Supo sobrellevarlo, dejar sus sentimientos en el fondo de su ser y volcar parte de ese afecto en quien se había transformado en su esposa, incluso cuando debía cumplir con su deber como esposo y entregarle sus noches y suspiros.

Cuantas veces se había mordido la lengua para no pronunciar el nombre de quien invadía su mente cuando las gotas de sudor humedecían el ibul. Incluso cuando las delicadas facciones de esa mujer le recordaban las de su hermano, siempre mantuvo sus pensamientos bajo control.

Quien hubiese pensado que más de 300 años después, ese control que tanto había practicado se iría a la mierda con el pestañear de unos ojos que luchaban con la humedad intrusa de unas cuantas lágrimas.

Él había hecho eso, él había provocado esa profunda decepción en la única persona que tanto había deseado proteger. Su mirada cayó en picada al piso, de donde no fue capaz de levantarla por un rato, tampoco quería hacerlo. Era su cuerpo, o algo aún más primitivo imponiéndose a la posibilidad de quiebre. Si se dejaba llevar por lo que comenzaba a germinar dentro de su pecho, estaría perdido. ¿Lo encerraría en alguna parte para evitar verlo morir de nuevo? ¿Iría contra los deseos de la muerte para mantenerlo con vida? Sus pestañas comenzaban a pesar toneladas, y sus párpados cedieron a la necesidad de sellarse mientras las palabras golpeaban su mente y unas manos inquietas hacían retumbar su pecho.

Ni siquiera notó cuando el sofá dejó de sostener su peso y se encontró nuevamente de pie, tambaleándose un par de veces producto del repentino actuar ajeno. ¿Repentino? En realidad era evidente que algo así pasaría. Todo se debía al destino, fuese una buena o mala jugada de este, la voz en su cabeza tenía razón.

—¿Cómo me atrevo?— “No, cómo te atreves tú”. Se mordió el labio inferior para proteger a quien ya había herido de un nuevo golpe. El contacto físico seguía lanzando eléctricas señales de alerta por toda su piel, erizando cada centímetro cubierto o expuesto a la templanza de la vivienda que desde su visita se sentía como una travesía al territorio ártico. —Por qué tú…— Sus ojos volvieron a participar en la escena al reparar en el dedo que intentaba atravesar su torso. ¿Bastaba tan poco para alterar tanto sus sentidos? Escenas pasadas seguían perforando su conciencia sin posibilidad de ser detenidas, eran simplemente demasiados recuerdos cayendo al mismo tiempo. —Deseabas volver a verme… — No llores. Pocas eran las veces que lo había visto derramar lágrimas, o intentar contenerlas. Era alguien fuerte, demasiado para su propio bien, y aunque innumerables veces le había pedido permiso para ser su soporte, nunca lo había aceptado. Era fuerte, admirable. Era más fuerte que él sin duda alguna. Deseaba acunar sus mejillas entre sus manos, sostener las lágrimas que querían caer antes de que se dieran el lujo de recorrer su barbilla. No tenía derecho a desear cosas así, no luego de esos 300 años.

—Es por tu bien— Quería retroceder, que sus pies gozaran el lujo de darle espacio al otro, y al mismo tiempo quería atraparlo. —Por qué de todos los malditos que podías haber conocido esta vez…— “Por qué tenías que esperarme”. Maldijo a su cobardía, que su boca fuese incapaz de soltar sus pensamientos. No quería levantar la voz, mantenía su tono lo más tranquilo posible, su garganta ardía por contener los gritos. Tragó saliva con la esperanza de soltar un poco el nudo que le impedía respirar con normalidad.

Los pasos solo generaron más cercanía, permitió que la calidez que emanaba el cuerpo contrario le golpease. Necesitaba tanto que no podía poner sus pensamientos en orden, ni siquiera podía pensar en mentiras que tapasen el desastre que había creado. —No puedo decir eso— Le tomó la mano que sujetaba su ropa y se dejó aplastar por los recuerdos. Su voz, su sonrisa, el movimiento de sus manos cuando enfatizaba sus palabras, el cabello que cubría sus cejas cuando por milagro no sabía que responder. —Siento mucho— Buscó en esos ojos el mirar de quien extrañaba, era parecida, mas no idéntica. Debía aceptar que estaba cargando peso en los hombros incorrectos, pues a pesar de ser él, no se trataba de la misma persona. Pero mierda, era tan difícil contenerse. A pesar de que la mano contraria cayó, sus manos sostuvieron el espacio que antes ocupaban, esperando mantener la calidez.

—Siento— Sus labios temblaron ante la posibilidad de tomar los ajenos. Fueron pocos segundos que se sintieron eternos, incomparables, algo que solo había sentido en sueños absurdos que había arrastrado por siglos. Su hermana tenía los mismos labios, pero no podía pensar en la idea de besarla como pasaba con él. —Te esperé más de 300 años.

Sería egoísta, un hipócrita de primera. Mandó a la mierda el autocontrol que demarcaba las limitaciones, rompió la distancia que separaba ambos suspiros y capturó sus labios. Sus brazos apoyaron la decisión, buscando rápidamente sostener el cuerpo contrario en un abrazo que, más que un cálido gesto, se sentía como un método desesperado de captura. Su hambre, la necesidad de volver a verlo se desbordó de un momento a otro, forzando actos que en una situación normal le serían imposibles de realizar. Lo había capturado, y disfrutó de memorizar el sentir de sus labios contra los de esa persona hasta que su mente se enfrió lo suficiente.

Soltarlo era la única opción que visualizaba.

Retrocedió, no, su cuerpo perdió el balance. En un intento de mantenerse de pie, un tambaleo le hizo alejarse del dueño de casa. Abrió la boca para disculparse, pero el cosquilleo que persistía sobre sus labios le impidió pronunciar palabra alguna. Se quedó en silencio, mirándolo desde una distancia algo más prudente que la anterior. Contó segundos en su cabeza, contuvo un jadeo antes de que intentase escapar de su pecho, movió los pies para estabilizarse. No fue suficiente para lograrlo.

—Lo siento.

No lo sentía. Había cumplido algo con lo que sólo había soñado. ¿Había arruinado todo? ¿Su amigo estaría enojado? Él no era su amigo, no realmente, pero si era lo suficiente para lograr todo eso.

—Mierda.

Estaba bien si lo golpeaba. De hecho, necesitaba un golpe. Se acercó a él para entregarle la oportunidad, colocando su mano sobre una de las mejillas aún rojizas por la tensión que habían acumulado desde el sofá. Si recibía una patada lo entendería, si le apartaba la mano lo entendería. Lo merecía después de todo.

—Puedo explicarlos. Tus sueños.

O podía intentarlo. ¿Serían recuerdos intentando volver? ¿Instinto? ¿Una mala jugada? Quería abrazarlo de nuevo. —Discúlpame.

Necesitaba perdón por tantas cosas, pero él no lo sabría. —Ni siquiera se tu nuevo nombre, pero tú sabes el mío— Su actitud había cambiado completamente. Estaba avergonzado, sus labios aún ardían, de verdad esperaba un buen golpe. —¿Cantas también?

Se mordió la lengua. —Algo así mencionaste. — No debía compararlo con alguien que ya no existía.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:05 am
Minsuk

No podía apartar la vista. Respirar su mismo aire, solo eso ambicionaba cuando lo imaginaba. Todavía se estremecía con la realización de piel hormigueando a la mínima indicación de contacto real; y tenía dos ojos marrones que brillarían rimbombantes si tan solo desistiera de vivir entre las sombras y envolviera más el calor del sol. — ¿Por mi bien? — repasó la frase con pesadumbre y exhaló, molesto. — Yo sé lo que es bueno para mí, y lo que no. Ahórratelo. — También estaba indignado, tolerando comentarios innecesarios. ¿Con qué derecho? El otro claramente no tenía idea de lo que sufrió en la espera de volver a verlo. Decirle que era por su bien fue casi un insulto, minimizando sentimientos que todavía quemaban.

Frunció las cejas y decidió aferrarse más a la chaqueta arrugada gracias a un puño cerrado. Nuez de adán asistió en el siguiente tragar de saliva, presionando sus labios con incertidumbre y se volvía muy difícil pensar claramente, no esperaba sentirse tan conmovido por cercanía que él mismo provocó. Se trato de un impulso traicionero porque cada suspirar lo hacían perderse en imágenes de lo que solía ser una sonrisa auténtica de tiernos hoyuelos. —Con tanto idiota suelto, y fuiste tú el que terminó en mi puerta.— Jalar de esa chaqueta fue significativo, la proximidad descomponía sus sentidos y sin embargo, insistía en no soltarlo. Demandaría sus respuestas, lucharía por hallar al Sooyeon existiendo en sus recuerdos.

¿Podía un sueño tratarse de un recuerdo? Una fantasía cumpliéndose dentro de su mente, invención de un subconsciente aburrido y solitario. Padecía un amargor imposible de borrar cuando pensaba en él como algo imaginario y no un recuerdo.

Con el contacto de una mano real, decidió que sí. Todo lo que aconteció en su mente en el pasado se convirtió en una memoria despabilando su corazón dormido. La aspereza en sus latidos aumentó como si el órgano ahí dentro advertía de su inestabilidad y obligado exhaló el pesar del simple contacto. Pestañeó hipnotizado, quizás por el respirar de labios enamorando los suyos. Una misión imposible el explicar con palabras todo lo que sentía en ese momento, y lo que experimentó durante años; niñez, adolescencia, adultez. Compartió con éste hombre casi todas las etapas de su vida, y Minsuk se preguntó si tenía idea de lo mucho que significaba eso para él.

Con mirarlo a los ojos encontró la respuesta.

— ¿Con qué peleas? — Suave y contenido, mantuvo su estancia persuasiva a pesar de verse afectado, el ligero temblor de su propia voz lo delataba. Este Sooyeon lucía tan apagado, palidez asomándose como un cadáver andante. ¿Contra qué peleaba? El yojeong no lograba encontrar motivos para luchar contra lo inevitable, sintiendo tanta claridad ante la presencia ajena; prefería hacer a un lado las dudas y abrazar la naturalidad de cada suspiro, cada mirada. Como si el reencuentro estuviese destinado por un vínculo único. ¿Sería estúpido creer en una conexión especial? Probablemente.

Muchas veces fue egoísta, pensando en sí mismo sin tomarse el tiempo para recapacitar acciones y arrepentirse; nunca se arrepentía, su orgullo no se lo permitía. Esa jactancia fue evidente cuando anteriormente optó por forzar una conversación, obligando al repartidor a quedarse en su departamento; comprometer a alguien más para satisfacer un capricho personal. Un completo avaro, eso es lo que era, tomando todo lo que podía por más pequeño que fuese.

La frialdad que chocaba contra la calidez de sus propios suspiros lo convirtió en un hombre demasiado ambicioso, queriendo ocuparlo todo con su propio calor, el fuego que si bien surgió de la indignación de antes, ahora estaba apaciguado, dócil; fogata para encandilar de a poco, entregándose a la idea de robarse el primer beso.

Se creía egoísta por pensar de tal forma, y el inclinar de su cabeza amenazó con ejecutar el delito, más nunca cedió por una última frase que provocó confusión, una cifra descomunal y sus ojos hablaron con el abrir de par en par, —Espera, dijiste trescientos añ--

Y como si fuese tarea fácil, una sencilla unión asaltó cada rincón de su cuerpo y mente, pausa severa en el funcionar correcto de su cerebro. Jamás, jamás se quedó estático ante el embrujo de un beso, acostumbrado a ellos desde su primer noviazgo por allá en su adolescencia; relación que existió solo para la experiencia, una aventura repitiéndose en diferentes fases de su vida, nunca con la misma persona porque se aburría rápido de la gente. O quizás tenía el mal hábito de compararlos con él. Y nadie nunca llenó ese vacío.

No quiso explicarse más nada con irrupción que parecía seguir combatiendo con demonios internos, rozar que alguna vez fantaseó dulce y paciente fue todo lo contrario, sintiendo la pesadez de labios cargando más que la intención de un simple beso. Y por su parte no pudo especular demasiado tras inhalar de la sorpresa y en cuestión de segundos se entregó a la sensación.

Degustó el beso y halló más comparaciones; labios fríos pero con encanto, como la primer nevada de diciembre tan pura y etérea en sus manos. Así se sintió el contacto contra los suyos cuya calidez debilitaba el roce gélido de Sooyeon, evocando el asomar de un sol caliente listo para derretirlo de una sola caricia. Que ironía, pensar que era este repartidor quien representaba esa estrella gigante en cada sueño, y hoy, ahora, a Minsuk no le importaría robarle el papel si significaba brindar calor y disolver todas sus paredes.

Distancia. Una realidad que no quiso aceptar siendo evidente en el ingenuo elevar de su mentón, persiguiendo instintivamente el par de labios alejándose de él. No abrió los ojos hasta percatarse de que, en efecto, la magia se desvaneció y en su boca solo escaldaba el fruto del acto. Pudo considerarse una manía repetitiva el pestañear como si recalculara lo sucedido, engranajes trabajando intensamente para generar una reacción. Una de sus manos levantó vuelo en búsqueda de la chaqueta que antes sostenía, pero la lejanía no se lo permitió. Suspiró recobrando el aire y sus dedos palparon rastros del beso en su labio inferior, calor gateó con complacencia hasta sus mejillas. Y no estaba avergonzado, perdió la timidez hace años. Más bien estaba molesto por escuchar más disculpas. — Deja de disculparte.

Escuchar un perdón le hizo creer que había arrepentimiento en esas acciones. Como si fuese un beso desperdiciado. No supo que más decir, aún combatiendo con la sensación de labios verdaderos, físicos, reales. Y ni siquiera quería explicarse cómo alguien que solo veía en sueños lo había besado, no obstante, es lo único que quedaba por hacer cuando lo vio otra vez peleando consigo mismo. Minsuk decidió respirar, cerrar los ojos, invocar paciencia y empatía, esto último no funcionó del todo. — Si continuas disculpándote voy a-- — A golpearlo, quiso decir. Ese palpar frágil contra su mejilla fue más importante que hablar, y la proximidad provocó cierto titubeo en su lengua, torpe cuando lo respiraba tan cerca. Comenzaba a ser problemático, el poder que parecía tener sobre su juicio.

No le gustaba. Normalmente es él quien tiene el control de la situación, controla y manipula para sentirse cómodo en cualquier ambiente, costumbre por saber qué esperar. ¿Acaso sabía lo que le hacía cuando lo miraba así? Esperaba que no. No tomó distancia, queriendo sentir un poco más de la palma contra su mejilla. Lo observó bajo el manto de largas pestañas y suspiró, necesitaba un poco de agua, esos labios provocaron un desierto tras la ausencia. Quería más.

Levantó su mano para cubrir la ajena, retirándola suavemente y extrañando al instante aquel roce contra su mejilla. Le costaba mantener el enojo del arrebato anterior, el tipo pasaba de imbécil a gentileza en cuestión de segundos. — Claramente tienes...— No sabía como definir el semblante de éste hombre. Cansado, abatido, un soldado que pasó por más de una guerra y ahora entraba en otra, nueva o del pasado. Pronto lo sabría. — tus propios problemas. Soy yo el que no debió sofocarte con tanta información. — Su perdón nunca llegó. No era bueno para pronunciar esa palabra. En su lugar, tomó esa mano entre las suyas, considerando una caricia.

Podría decirle gracias al beso sorpresa que apaciguo cierta cólera interior, aunque soltó esa mano con brusquedad involuntaria tras la pregunta, — Oh Minsuk. — ¿Estaba justificada la indignación que sintió? Es cierto que en sus sueños jamás escucho su propio nombre, pero estaba en todo su derecho de ofenderse. — ¿Y cómo que nuevo nombre? Tengo el mismo desde que tengo uso de razón. — Caminó hacia la cocina luchando con comentarios pesimistas que deseaban escaparse de su boca como balas cargadas y listas para disparar.

Bebió un poco de agua calmando nervios, y distraído por su siguiente respuesta, no le ofreció un trago a su invitado. — Así es. Lo hice por ti. — Soltó el vaso cuando notó la presión de sus dedos sobre el vidrio. La confesión no estaba completa y regresó a la sala, expresión estoica luchando por no ceder a la tristeza. — Cantar. Lo disfrutaba, pero no lo tomé en serio hasta que dijiste lo mucho que te gustaba mi voz, que el mundo debería oírme... Aunque solo cantaba para ti, me daba igual el resto. — Ofreció poca fuerza en su revelación, casi un murmullo para que sea robado por el aire, y olvidado tal vez. Era tan extraño decírselo directamente y no a través de un sueño. ¿A quién le hablaba entonces? ¿A un fantasma? ¿Quien le contestó todos estos años? — Dios... No sabías ni mi nombre. — Soltó una risa amarga y despeinó su propio flequillo tragando emociones. Dolía sentirse nadie ante alguien que lo fue todo para él. — Es un mal chiste, el niño que se hizo Idol por alguien que nunca lo pescó. Te escribí canciones que de seguro ni has escuchado.

Composición directa del corazón, ridículo. Todo empezaba a caer sobre él como un balde de agua fría. Y solo podía reír por lo patético que resultaba ser. El adorable Sooyeon de sus sueños no sabía ni su nombre. La realización lo entristecía, pero la tristeza era sinónimo de fragilidad, y no deseaba aportar esa imagen penosa. Un par de pasos ciegos de espalda y se dejó caer sobre el sofá con brazos cruzados, fuerte suspiro de resignación. — Bien, Sooyeon. Creo que me humillé lo suficiente. — Resoplido nasal que soltó con incomodidad, no le gustaba abrirse cuando el sentimiento no parecía ser recíproco. ¿Qué sentimiento exactamente? Ya no estaba seguro. — Dijiste que me explicarías los sueños, así que hazlo. — Una orden, una demanda.

Y cruzó sus piernas, enderezando la espalda para vigilar con recelo al hombre. Qué difícil se le hacia mantener la molestia cuando miraba ese rostro, esos ojos, esa boca. Se reincorporó en el cojín del sofá y desvió la mirada, concentrándose en cualquier cosa que no sea rememorar esa escena. Debería estar furioso, colérico, un volcán en erupción por cómo fue tratado anteriormente y encima, ni su nombre sabía.

¿Y si se trató de un beso con lástima? ¿Tan patético se veía que fue la única forma de calmarlo? Dios. Odiaba pensar así.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:06 am
Sooyeon

Quizás si se trataba del idiota que había sido asignado por cosa de suerte. Si le hubiesen dado el trabajo a otro, o hubiese terminado su jornada más temprano no se habría dado la oportunidad de pararse frente a su puerta. Entendía su malestar, hasta las palabras que le lanzaba con tanta facilidad a pesar de lo pesadas que se sentían. Él hizo lo mismo, y parte de su conciencia quería seguir haciéndolo. Un método de defensa que no escapaba del miedo a salir herido.

El olor de su piel se había quedado pegado en su nariz, aumentando la necesidad que sentía por mantenerse cerca a pesar de no poder extender su estadía por mucho tiempo más. Quiso acercase de nuevo, cederle a sus labios el gusto nuevamente. Miró por la ventana como último recurso para aferrarse al hilo de cordura que seguía flotando en el ambiente como una burla a sus deseos. Le agradecería si cumplía esa amenaza, en realidad. Disfrutó cada uno de los segundos en los que sus manos entraron en contacto, deseando que fuesen suficientes para satisfacer años de incontrolable imaginación donde escenas se montaban en su cabeza cuando bajaba la guardia.

—Mis propios problemas… Sé que soy un idiota, siempre lo he sido— En el pasado fueron ese mismo rostro delicado y labios peligrosos los que se lo habían dejado claro. Le haría caso esa vez y dejaría de repetir esas palabras. Ya había perdido la cuenta de cuantas veces se había disculpado en tan solo unos minutos, pero 300 años de vida podían ser suficientes para acumular arrepentimientos suficientes para llenar un testamento. —No debí reaccionar así. Te vi tan emocionado que no supe…— No supo controlar sus propias emociones.

Su nombre se sintió como una brisa. Cada sílaba auguraba una realidad distinta a la que conocía, y eso fue capaz para levantar su emoción. —Minsuk— Acarició su propio dorso en cuanto se notó solitario nuevamente. No sería él quien tomase la iniciativa de tocarlo nuevamente, no le parecía correcto al no saber que pasaba realmente en la cabeza del dueño de casa, o la propia. Respiró profundo tras verlo alejarse para ser capaz de quedarse anclado en el mismo lugar. —¿Has escuchado el nombre Migyung antes? — Quería suponer que sí, y que si le contaba lo que había pasado siglos antes no pensaría que era un demente… Aún más demente de lo que ya debía parecer. Dio cortos pasos para comenzar a recoger algunas cosas: su casco, un par de almas que habían salido a cotillear qué le tomaba tanto tiempo a la parca. —Tu voz es agradable— Comentó mientras veía su reflejo en el visor. No logró reconocer ese rostro que oscilaba entre la emoción y una profunda tristeza a pesar de buscar en la curvatura de sus labios algo familiar. Suspiró como recurso de emergencia. —No escucho mucho de lo que suena hoy en día… — Apretó los labios antes de que la disculpa se deslizara a través de ellos. —Las escucharé si me dices cuales son.

Dejó que su brazo cayera por el costado, sujetando el borde del casco para evitar colocárselo y huir de esas palabras heridas. Comenzaba a ponerse nervioso, no sabía cómo tratar con esa situación. Podía soportar su ira, su emoción, pero su tristeza resultaba demasiado abrumadora. No fue capaz de caminar hacia él de nuevo, ni acompañarlo en el sofá a pesar de lo débiles que se sentían sus piernas en ese momento. Oír su propio nombre con esa voz no ayudó a contener el nuevo tambaleo. Se metió la mano libre en el bolsillo y relajó la cadera con un suave movimiento. No perdería su balance de nuevo. —Los explicaré, pero no creo que sea el momento. Es tarde, Minsuk— No se dejaría aplastar por esa demanda, no esa vez. Mantendría una postura firme para protegerlo como antes no había sido capaz, aunque verlo tan cerca y tan lejos a la vez sacudía un poco esa idea. Quería sentarse junto a él. —Te dejaré descansar por hoy… Tengo un par de cosas que hacer y volveré.

El calor que se revolvía ansiosos en sus bolsillos le recordaba que algunas personas necesitaban algo de paz también, en especial luego de largas vidas. Tragó una bocanada de aire que provocó un sonoro gruñido en su garganta, siguiéndole un carraspeo seco que intentaba dar por zanjada la situación. Le dio un vistazo a todo lo que le rodeaba, intentando recordar cada pequeño detalle que estaba seguro en las próximas horas necesitaría para asegurarse de que todo lo sucedido había sido real y no una mala pasada de sus anhelos. —Espérame un poco más— Tras asegurarse de que tenía todo lo que había llevado, se acercó al menor hasta arrodillarse frente a él para posar una mano en su rodilla. El contacto ligero le confirmó que era real, y que debía confrontarlo tarde o temprano. —No tardaré, no puedo ignorar ciertas responsabilidades.

O podía desaparecer como la sirenita, pero de manera menos romántica… Y en el mejor de los casos. Se levantó fingiendo pereza, intentando alargar cada segundo que le quedaba a su lado. Tras quitar la mano de su pierna, se arregló el pantalón y chaqueta. Ambos eran un desastre en ese momento. Antes de que alguna palabra o gesto le impidiese abandonar el departamento se apresuró a la puerta de entrada, y con la mirada fija en los seguros esperó a que el otro los quitara. No quería forzar la puerta y dejarlo expuesto a mitad de la noche. —Lamento lo de tu comida, te traeré algo la próxima vez— Atravesó el umbral con el paso más largo que pudo dar y giró para despedirse por primera vez. —Te veo pronto.

Iba a marcar el botón del elevador cuando le dedicó una última mirada al chico. Ladeó la cabeza para que las palabras se organizaran antes de dejarlas salir. —Y sobre tu pregunta de antes… Es culpa— Llevaba demasiado tiempo manteniendo una batalla con un sentimiento fantasma. La respuesta salió de sus labios con prisa, como el primer respirar tras estar sumergido por más tiempo del que se puede soportar. Esa bocanada de aire que alivia cada célula y rincón del cuerpo, repartiendo una oleada de energía que hace eco a un “al fin” que resuena fuerte y claro. Se permitió imaginar una oportunidad para arreglar el pasado, enterrar errores con nuevas experiencias donde alguien como Migyung pueda ser feliz, y de ser posible, mantenerse cerca de él. El pensamiento se reflejó en el movimiento de sus dedos, los que se movían en busca de agarrar algo que no podía llegar a sujetar. No quería seguir aferrado al pasado si la opción del presente se mostraba ante él con esos ojos. Presionó finalmente el botón que le llevaría al primer piso, y desapareció tras las puertas metálicas cuando el momento llegó.

Buscaría Oh Min Suk en internet en cuanto pudiese, y buscaría en cada una de sus canciones algún verso que pudiese estar dedicado a él. La idea le mantendría sonriendo por horas.
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por Plastic Hearts Vie Oct 27, 2023 7:07 am
Minsuk

Como buen actor, se encogió de hombros y vigiló la refinada mesita frente al sofá, un experto en restarle protagonismo a la sensibilidad latiendo en su pecho; el vociferar de palabras que no dijo porque eran demasiado puras para la tensión de ahora. Y no es como el repartidor mereciese dulzura cuando solo entonaba amargura en la lengua del compositor. — Idiota te queda corto, yo diría imbécil... O un maldito bastardo. — Por supuesto, siguiendo el ejemplo de su discurso hostil, estuvo obligado a reforzar pensamientos negativos con su propio comentario mal intencionado, un disparo de los muchos que apuntarían directo al pecho de Sooyeon.

Buscaba más palabras que supieran describir de forma despectiva al repartidor, la tensión fija en sus labios fueron indicación de lo determinado que estaba por defenderse con venganza. Nunca desenterraba los principios que podrían hacerlo alguien menos rencoroso y más comprensivo; sobrellevar el despecho se convirtió en una práctica nueva, porque jamás permitió una grieta sentimental. Evitaba comprometerse en relaciones porque ya existía "alguien" en su cabeza, una presencia imaginaria que era demasiado perfecta como para renunciar a ella y dar oportunidad a otros interesados.

Encanto superficial, promesa vacía. Solo en eso se convertía el cortejo de una nueva cara cuando Minsuk solo podía pensar en Sooyeon. Actualmente le parecía muy estúpido creer que, en algún momento, pensó estar accediendo a la promiscuidad. Corresponderle a una mirada interesada en su cuerpo y sentirse insatisfecho al final, como si le estuviese fallando al hombre de sus sueños... ¿Traición? Eso lo mantenía despierto algunas noches, después de terminar con el desliz de turno.

En efecto, qué inútil resultó si no le debía nada. Y fue mucho más inútil perderse en un monólogo emocional cuando escuchaba su propio nombre surgir de labios tan fríos. Tanta ironía en la calidez haciéndole apretujar el bícep al que su puño se aferraba, aún estaba cruzado de brazos y piernas. Una posición típica para mostrarse molesto y a la defensiva. Defensa inservible cuando una voz tan presente llamaba para exponer lo frágil que era en verdad. —No uses mi nombre en vano.— En un débil susurró perdió su fuerza, agachando la mirada para reconocer lo erróneo que sonaba, lo insatisfecho que estaba cuando se cumplió esa antigua fantasía.

No uses mi nombre si no vas a sonreírme como antes. No uses mi nombre si no pretendes abrazarme cuando me llames. No uses mi nombre si no sientes nada cuando lo dices. Qué dramático resultó ser, el sentimentalista imparable.

Jamás oyó el nombre "Minsuk" salir de esa boca, ni cantada por la vocecilla risueña grabada en su memoria. Más de una vez despertó enojado al no tener el poder de decírselo directamente, porque cada vez que soñaba, es como si alguien más hubiese escrito un libreto y el yojeong estaba obligado a seguirlo al pie de la letra. Rara vez tenía la capacidad para ser uno mismo en ellos. Y decidió ignorarlo toda su vida, para no sentirse ajeno a lo que sucedía. "Son mis sueños, míos." habrá repetido a sus seis años, encaprichado cuando algo en su interior lo hacía sentir una oveja negra.

Como cuando soñaba a sus ocho años y un par de hoyuelos radiantes lo llamaban diferente, convenciéndolo de que tal vez Minsuk no era un nombre auténtico y mamá le mintió porque sí.

Pero mamá no mentía. Y Minsuk fue siempre su nombre, el único al que respondería hasta el día de su muerte. — ...No. — Vacilación, le tomó segundos extras tragarse la verdad y negarse a la idea de que un tal Migyung salía de los labios de Sooyeon, ¿con qué derecho? Fue el artista quien soñó con él, no ese completo desconocido. — No lo sé. — Mordió su labio inferior cerrando párpados con tanta frustración arañando sus entrañas, y trepaba sin piedad por su garganta, forzado a tragar nuevamente. Tropezar con una mentira tonta y resguardarse en ella no sentía bien; celos que no deberían de existir, pero la mención de alguien más, le inquietaba. — Una o dos veces, no estoy seguro. — Otra mentira. Había más que certeza en sus recuerdos, las veces superaban las diez y subiendo, pero no quería exponer la cifra.

Parecía estar perdiendo contra alguien que ni siquiera conocía. Chasqueó la lengua, consumiendo el nudo en su garganta con la siguiente queja; — Supongo que sonaba mejor que el mío. — Un poco de veneno en su mordida verbal, sobrellevando la patética frase con una risa amarga, el pie que colgaba de sus piernas cruzadas empezó a moverse nervioso, irritado. — Lo nombrabas todo el tiempo. — "Más de lo que me gustaría admitir." Última realización entre dientes, el lamento oculto que no fue oído porque se encargó de que así fuese; en voz baja y aprovechando que el repartidor se distrajo para recoger sus pertenencias. Una mala señal que tardo en reconocer.

Observó sus propias piernas con el múltiple aleteo de sus pestañas reaccionando al simple cumplido, reteniendo el impulso de lanzarle un almohadón con potencia extra. El maldito se atrevía a decir semejante barbaridad —justo como en sus sueños, ¡la audacia!— cuando Minsuk se estaba esforzando tanto en mantener a la furia como único recurso y aliado. Su yo del pasado, adolescente rebelde de catorce años, sentiría asco por lo fácil que se derrumban sus paredes al mínimo asomo de afecto. Porque no pudo percibir el comentario de otra forma. — Lo sé, ya lo escuché antes. — decidió responder con cortedad, sencillo y orgulloso, perfecto intérprete de indiferencia mientras en su interior florecían catástrofes sentimentales; aunque en sus pómulos existió la enorme traición teñida de un rosáceo pálido. Melocotones iluminados con la mención de palabras sinceras que lo acercaban al sol.

Pero Sooyeon ya no le recordaba al sol.

— ¿Alguna vez oíste de internet? Búscalas por ahí — no estaba de humor para inventar amabilidad y ofrecer un falso ‘oh, claro, encantado de enlistarte las canciones que te escribí cuando babeaba por ti como un idiota.’ Y no le avergonzaba el hecho de que algunas fuesen del género romántico, por más que parecieran una confesión directa. — Escupe de una vez, das muchas vueltas. — Exigió de nuevo, impaciente de lo larga que se hacia la espera por conseguir respuestas. Aparentemente no querían verlo satisfecho o con la mente aclarada. Las palabras de Sooyeon le hicieron abrir la boca como pez fuera del agua, incrédulo por lo que escuchaba; le estaba tomando el pelo segundo a segundo. — No me jodas, ¿hablas en serio? ¡Es el momento perfecto! — Cada brazo exclamó el enojo del dueño, alzados al aire con exasperación en sus movimientos. Tomó un almohadón del sofá entre manos, lanzárselo nunca fue un deseo tan fuerte. ¿Le gustaba verlo así de alterado? No había otra explicación.

Descansar. Oh, el tupé de decir esa puta palabra. ¿Cree que podrá después de esto? Sooyeon era muy ingenuo, o muy estúpido. Injusto. Eso le quedaba mejor. — Quieres que espere... ¿más? — murmuró perplejo, aún recalculando las palabras. Toda una vida esperando. Si, Sooyeon era tan injusto. Entre sus dedos sintió la suavidad del almohadón arrugarse con el oprimir de cada yema avivada por la cercanía repentina. Párpados bien abiertos estudiaron acciones inesperadas, sufriendo en un suspiro mudo al tenerlo de rodillas frente a él. Impresionaba lo complejo que era vocalizar cuando una parte de Minsuk recordaba que ya no era un sueño, era real. El beso de antes demostró eso. Mordisqueó el interior de su boca para contener otros impulsos estúpidos, como el de ceder a esos ojos y alzar su propia mano para acariciar esa mejilla, proporcionar calor a tanta palidez.

Las actitudes sorpresas lo desconcentraban fácilmente, volviéndose una víctima de sentimientos que no podía ignorar. Sin embargo, algo volvió a repetirse; responsabilidad. ¿Se refería a esta situación o algo más? No tenía tiempo de perderse en posibles respuestas, atrapado en los segundos que el contrario se tomaba para alejarse lentamente. Para Minsuk, esto estaba lejos de haber terminado y no tenía ninguna intención de quitar seguro por seguro para consentir que sea liberado, dejarlo ir sin siquiera saber a dónde vive.

Sabía que se iba a arrepentir de no preguntarle dónde buscarlo, solo para fruncir labios con indignación y levantarse del sofá. El click de cada seguro hacía eco en sus oídos, como una constante burla de lo que estaba aceptando; dejarlo ir porque así lo deseaba el repartidor.

Fue como si solo Minsuk estuviese peleando por mantener esta conversación, exigiendo respuestas y lamentándose al instante que Sooyeon dijo tener que irse. Junto al abrir de la puerta concluyó que renunciaría a la inmundicia pudriéndolo por dentro, matando al sentimentalismo para permitirle paso nuevamente a ese resentimiento, el único que aparecía cuando en realidad solo necesitaba un maldito abrazo, y alcohol. Tal vez. — Ajá. — Desconectado de la situación, no respondió a la despedida y obligó a su corazón a no latir más de lo debido; cansado de sentir como despertaba por alguien que solo se marchaba.

No estaré cuando vuelvas. Quiso decirlo como si tal contestación mejorase su estado de ánimo deplorable, o puede que sentiría vencer con una frase dicha con recelo, la última victoria tras sentirse patético y plantado al suelo. Pero no. No tenía sentido. Así que mantuvo su papel desagradable, clavado en su lugar mientras lo miraba irse, ignorando las posibles marcas de su mano al apretar el picaporte con tanto ímpetu. El mismo ímpetu con el que deseó atrapar el brazo ajeno, más nunca cumplió tal voluntad y lo dejó avanzar hasta el ascensor, oyendo el incómodo silencio de pisadas cada vez más distantes.

Se sintió reducido a nada más que una estatua sin la capacidad motora para interponerse entre las puertas del ascensor y plagiar una ridícula escena dramática, evitando que el otro protagonista se fuera. Una mano en su pecho comprimió emociones en el cerrar del puño y maldijo esa intensa pesadez ahogándolo por dentro, alzando la vista cuando escucho un comentario final y sintiendo el automático lamentar de sus cejas, confundidas pero involucradas en la palabra clave. Culpa. Minsuk pudo asimilar tal cosa por lo de hoy o por el abandono sorpresa de no soñarlo nunca más. No supo a cuál adjudicarla realmente.

Y contra su pecho volvió a despertar un corazón inquieto, el mismo que lo convenció de alzar la mirada para encontrarse con el cerrar de una puerta automática; ojos oscuros se despidieron en silencio. Minsuk vigiló el ascensor durante minutos, atrapado en desconsuelo tras aceptar que probablemente este ya habría llegado al primer piso.

Con un fuerte portazo renunció a esa postura de firmeza y una vez pudo estar en solitario, arrugó la nariz sacudiendo hebras con el menear de su cabeza; estaba peleando con el sentimiento amargo de inhalar una fragancia todavía presente en el aire, y qué poco pudo mantener la rudeza tras apretar los labios y llevarse las manos al rostro, escondiéndose entre ellas con un sollozo insoportable a sus propios oídos.

No tenía por qué ocultarse si estaba solo y sin embargo insistió en llorar en silencio, hipando como el niño de años atrás; aquel que lloriqueaba abrazado a su peluche cuando pasaba una sola noche sin soñar con su amigo imaginario.

Utilizó la puerta cerrada como apoyó, única compañera en su pequeña crisis generando cascadas de angustia y nariz colorada, un par de esnifos lo llevaron a su infancia y buscó un pañuelo para sonar las penas, preparado de ignorar las siguientes lágrimas cuando un jarrón de orquídeas saludó desde la cocina. Y el pétalo que aterrizó sobre la superficie fue un cruel mensaje del universo, uno que lo obligaba a mirar como moría su flor favorita, flor que creía fuertemente vinculada a sus sueños, a Sooyeon.

Regó la planta con cuidado y acarició cada pétalo en una muestra de afecto, parpadeando varias veces al sentir la humedad de sus pestañas. Sentía frescura en el departamento, como si Sooyeon no se hubiese marchado y este frío fue quien acarició sus mejillas húmedas, sintiéndose estúpido cuando imaginó que la presencia del parca lo seguía mimando de algún modo.

Perdería la cordura si no veía una cara conocida pronto, o si no borraba todo esto de su mente por un rato. Se deshizo de cualquier rastro que pudiera evidenciar su humillante episodio emocional y buscó su móvil, contactando a la única persona que aceptaría ver en ese momento. Y la única que probablemente aceptaría visitarlo a estas horas, acatando su pedido: Kangdae.
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